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Atrapanda a Cero
Jack Mars


La Serie de Suspenso De EspГ­as del Agente Cero #4
“No dormirás hasta que hayas terminado con AGENTE CERO. El autor hizo un excelente trabajo creando un conjunto de personajes que están muy desarrollados y que los disfrutarás mucho. La descripción de las escenas de acción nos transporta a la realidad, que es casi como sentarse en el cine con sonido envolvente y 3D (sería una increíble película de Hollywood). Difícilmente esperaré por la secuela”.



–-Roberto Mattos, Books and Movie Reviews



En TRAMPA CERO (Libro #4), una cГ©lula terrorista en el Medio Oriente gana un nuevo y fanГЎtico lГ­der, uno que intenta orquestar lo que serГ­a el ataque mГЎs mortal en suelo norteamericano. ВїPodrГЎ el Agente Cero descubrir el complot y detenerlo a tiempo?



Aunque las hijas del Agente Cero estГЎn en casa a salvo, la angustia mental de su experiencia pesa mucho sobre su pequeГ±a familia. Cero, trabajando para ser un buen padre y reparar el daГ±o, decide que ha llegado el momento de someterse a una cirugГ­a para recuperar todos sus recuerdos. Pero, ВїfuncionarГЎ?



En medio de todo esto, de nuevo se ve obligado a cumplir con su deber cuando una embajada de los Estados Unidos es destruida en el Medio Oriente y al descubrir una nueva arma experimental. Pero sin sus recuerdos, con algunos de sus propios aliados de la CIA empeГ±ados en su propia destrucciГіn, Вїen quiГ©n puede confiar realmente?



TRAMPA CERO (Libro #4) es un thriller de espionaje insuperable que te mantendrГЎ dando la vuelta a las pГЎginas hasta altas horas de la noche.



“Escritura de suspenso en su esplendor”.

–-Midwest Book Review (con respecto a Por Todos Los Medios Necesarios)



“Una de las mejores series de suspenso que he leído este año”.

–-Books and Movie Reviews (con respecto a Por Todos Los Medios Necesarios)



TambiГ©n estГЎ disponible la serie #1 mejor vendida de Jack Mars, las series de THRILLER DE LUKE STONE (7 libros) que comienzan con Por Todos Los Medios Necesarios (Libro #1), ВЎen descarga gratuita con mГЎs de 800 calificaciones de 5 estrellas!





Jack Mars

ATRAPANDO A CERO




A T R A P A N D OВ  AВ  C E R O




(LA SERIE DE SUSPENSO DE ESPÍAS DEL AGENTE CERO—LIBRO 4)




J A C KВ В  M A R S



Jack Mars

Jack Mars es el autor de la serie de thriller de LUKE STONE, nГєmero uno en ventas de USA Today, que incluye siete libros.В TambiГ©n es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE, que comprende tres libros (y subiendo);В y de la serie de suspense de espГ­as AGENTE ZERO, que comprendeВ sieteВ libros (y subiendo).



A Jack le encanta saber de ti, asГ­ que no dudes en visitarВ www.jackmarsauthor.com (http://www.jackmarsauthor.com/)В para unirte a la lista de correo electrГіnico, recibir un libro gratis, otros regalos, conectarte en Facebook y Twitter, ВЎy mantener el contacto!



Copyright В© 2019 por Jack Mars.В Todos los derechos reservados. Excepto en lo permitido en la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicaciГіn puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningГєn medio, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaciГіn, sin el permiso previo del autor. Este libro electrГіnico tiene licencia Гєnicamente para su disfrute personal. Este libro electrГіnico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si estГЎ leyendo este libro y no lo ha comprado, o si no lo ha comprado sГіlo para su uso, devuГ©lvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficciГіn. Los nombres, personajes, asuntos, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginaciГіn del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente una coincidencia. Imagen de la cubierta Copyright Getmilitaryphotos, utilizada bajo la licencia de Shutterstock.com.



LIBROS POR JACK MARS




UN THRILLER DE LUKE STONE

POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)

JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)


LA FORJA DE LUKE STONE

OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)

MANDO PRINCIPAL (Libro #2)

AMENAZA PRINCIPAL (Libro #3)


LA SERIE DE SUSPENSO DE ESPГЌAS DEL AGENTE CERO

AGENTE CERO (Libro #1)

OBJETIVO CERO (Libro #2)

CACERГЌA CERO (Libro #3)

ATRAPANDO A CERO (Libro #4)



Agente Cero – Resumen del Libro 3

Cuando sus hijas son secuestradas por un fantasma de su pasado, el Agente Cero debe hacer todo lo posible para recuperarlas, incluso si eso significa desafiar las Гіrdenes directas de la CIA y ser repudiado por su propio gobierno.



Agente Cero: Aunque matГі al asesino Rais y rescatГі a sus hijas de las manos de los traficantes de personas, ha sido repudiado por la CIA y fue visto por Гєltima vez siendo escoltado por tres agentes a un destino desconocido.



Maya y Sara Lawson: DespuГ©s de su terrible experiencia en Europa del Este y el consiguiente rescate por parte de su padre, las hijas adolescentes del Agente Cero estГЎn fГ­sica y mentalmente traumatizadas. Aunque estГЎn asombradas por su determinaciГіn de encontrarlas, ahora se dan cuenta de que es algo mГЎs de lo que dice ser.



Kate Lawson: Durante su Гєltima pelea con Rais, el Agente Cero recordГі que su esposa no muriГі por causas naturales, sino que fue asesinada por un veneno mortal. Las Гєltimas palabras de Rais alegaron que su asesino era de la CIA.



Agente Alan Reidigger: En una carta que le escribiГі a Cero antes de su muerte, Reidigger divulgГі el nombre del neurГіlogo suizo que instalГі el supresor de memoria en la cabeza de Cero, quien tambiГ©n es la mejor opciГіn para restaurar su memoria completamente.



Agente Maria Johansson: Maria revelГі que estГЎ trabajando en dos bandos, no sГіlo la CIA sino tambiГ©n el FIS ucraniano, aunque afirma que estГЎ manipulando a ambos con la esperanza de descubrir una conspiraciГіn sobre una supuesta guerra que pronto ocurrirГЎ.



Agente John Watson: DespuГ©s de ser descubierto por ayudar al Agente Cero a recuperar a sus hijas, Watson ha sido detenido por la CIA junto con Maria Johansson.



Agente Todd Strickland: Un joven agente de la CIA y ex-ranger del ejГ©rcito, Strickland fue inicialmente enviado tras el Agente Cero, pero en cambio terminГі ayudГЎndolo a Г©l y a sus hijas, forjando una extraГ±a amistad a raГ­z de su incidente.



Subdirector Shawn Cartwright: AГєn no estГЎ claro de quГ© bando estГЎ, si es que tiene un bando. Cartwright ayudГі a Cero indirectamente, pero tambiГ©n lo repudiГі mientras estaba desenfrenado en Europa del Este. Cero cree que es simplemente un diplomГЎtico, jugando con cualquier bando que lo beneficie.




PRГ“LOGO


Reid Lawson estaba exhausto, dolorido y ansioso.

Pero por encima de todo, estaba confundido.

Menos de veinticuatro horas antes, habГ­a logrado rescatar a sus dos hijas adolescentes de las manos de los traficantes eslovacos. En el proceso habГ­a detenido dos trenes de carga, destruido inadvertidamente un prototipo de helicГіptero muy caro, matado a dieciocho hombres y herido gravemente a mГЎs de una docena.

«¿Fueron dieciocho?» Había perdido la cuenta.

Ahora se encontraba esposado a una mesa de acero en una pequeГ±a sala de detenciГіn sin ventanas, esperando la noticia de cuГЎl serГ­a su destino.

La CIA le habГ­a advertido. Los subdirectores le dijeron lo que pasarГ­a si desafiaba sus Гіrdenes y se ponГ­a en marcha por su cuenta. Estaban desesperados por evitar otro ataque como el que habГ­a ocurrido dos aГ±os antes. AsГ­ es como lo llamaron, un В«alborotoВ». Un violento y sangriento ataque a travГ©s de Europa y el Medio Oriente. Esta vez fue en Europa del Este, a travГ©s de Croacia, Eslovaquia y Polonia.

Le habГ­an advertido, le habГ­an amenazado con lo que pasarГ­a. Pero Reid no vio ningГєn otro recurso. Eran sus hijas, sus niГ±as pequeГ±as. Ahora estaban a salvo, y Reid se habГ­a resignado a aceptar el final que le esperaba.

AdemГЎs de la actividad de los Гєltimos dГ­as y de una grave falta de sueГ±o, se le habГ­an suministrado analgГ©sicos despuГ©s de que se le trataran las lesiones. HabГ­a sufrido una puГ±alada superficial en su abdomen por su lucha con Rais, asГ­ como hematomas, algunos cortes y rasguГ±os superficiales, un corte en un bГ­ceps donde una bala lo rozГі, y una leve conmociГіn cerebral. Nada lo suficientemente serio para evitar que fuera detenido.

No le dijeron su destino. No se le dijo nada en absoluto ya que tres agentes de la CIA, ninguno que reconociera, lo escoltaron silenciosamente desde el hospital en Polonia a un aerГіdromo y dentro de un aviГіn. Sin embargo, se sorprendiГі un poco cuando llegГі al aeropuerto internacional de Dulles en Virginia en lugar del sitio negro de la CIA Infierno-Seis en Marruecos.

Una patrulla de la policГ­a lo habГ­a llevado desde el aeropuerto a la sede de la agencia, el Centro de Inteligencia George Bush en la comunidad no incorporada de Langley, Virginia. Desde allГ­ fue llevado a la sala de detenciГіn de paredes de acero, en un nivel inferior, y esposado a una mesa que estaba atornillada al suelo, todo ello sin ninguna explicaciГіn por parte de nadie.

A Reid no le gustaba la forma en que los analgГ©sicos le hacГ­an sentir; su mente no estaba totalmente alerta. Pero no podГ­a dormir, todavГ­a no. Especialmente no en la incГіmoda posiciГіn en la mesa de acero, con la cadena de las esposas atada con un lazo de metal y apretada alrededor de sus dos muГ±ecas.

Llevaba cuarenta y cinco minutos sentado en la habitaciГіn, preguntГЎndose quГ© demonios pasaba y por quГ© no lo habГ­an tirado todavГ­a a un agujero en el suelo, cuando la puerta finalmente se abriГі.

Reid se puso de pie inmediatamente, o tanto como pudo mientras estaba esposado a la mesa. —¿Cómo están mis chicas? —preguntó rápidamente.

–Están bien —dijo el subdirector Shawn Cartwright—. Siéntense. —Cartwright era el jefe de Reid o, mejor dicho, había sido el jefe del Agente Cero, hasta que Reid fue repudiado por atacar para encontrar a sus chicas. A sus cuarenta, Cartwright era relativamente joven para ser director de la CIA, aunque su grueso y oscuro pelo había empezado a volverse ligeramente gris. Seguramente fue una coincidencia que empezara justo al mismo tiempo que Kent Steele había regresado de la muerte.

Reid regresó lentamente al asiento mientras Cartwright tomaba la silla frente a él y aclaraba su garganta. —El agente Strickland se quedó con tus hijas hasta que Sara fue dada de alta del hospital —explicó el director—. Están en un avión, los tres, camino a casa mientras hablamos.

Reid dio un breve suspiro de alivio, muy breve, ya que sabГ­a la bomba que estaba a punto de caer.

La puerta se abriГі de nuevo, y la ira se hinchГі espontГЎneamente en el pecho de Reid cuando la subdirectora Ashleigh Riker entrГі en la pequeГ±a habitaciГіn, llevando una falda gris lГЎpiz y una chaqueta que hacГ­a juego. Riker era la jefa del Grupo de Operaciones Especiales, una facciГіn de la DivisiГіn de Actividades Especiales de Cartwright que se encargaba de las operaciones internacionales encubiertas.

–¿Qué hace ella aquí? —Reid preguntó de forma directa. Su tono no era amistoso. Riker, en su opinión, no era de fiar.

Se sentó al lado de Cartwright y sonrió cálidamente. —Yo, señor Steele, tengo el distinguido placer de decirte a dónde irás ahora.

Se formГі un nudo de terror en su estГіmago. Claro que a Riker le complacerГ­a imponer su castigo; su desdГ©n por el Agente Cero, y apenas ocultaba sus tГЎcticas. Reid se recordГі a sГ­ mismo que habГ­a puesto a salvo a sus chicas y sabГ­a que esto iba a pasar.

Aun así, no lo hizo más fácil. —Bien —dijo con calma—. Entonces dime. ¿A dónde iré?

–A casa —dijo Riker simplemente.

La mirada de Reid fue de Riker a Cartwright y viceversa, sin saber si la había oído bien. —¿Disculpa?

–A casa. Vas a casa, Kent —Ella empujó algo a través de la mesa. Una pequeña llave de plata se deslizó sobre la superficie pulida hasta que estuvo a su alcance.

Era la llave de las esposas. Pero él no la tomó. —¿Por qué?

–Me temo que no sabría decirlo —Riker se encogió de hombros—. La decisión vino de más arriba.

Reid se burló. Se sintió aliviado, por decir lo menos, al oír que no sería arrojado a un pozo miserable como el I-6, pero esto no le pareció bien. Lo habían amenazado, repudiado, e incluso enviaron a otros dos agentes de campo tras él… ¿sólo para soltarlo de nuevo? ¿Por qué?

Los analgésicos que le habían dado adormecían su proceso de pensamiento; su cerebro era incapaz de resolver los detalles de lo que le decían. —No entiendo…

–Has estado fuera los últimos cinco días —interrumpió Cartwright—. Realizando entrevistas, investigando un libro de historia que estás editando. Tenemos nombres e información de contacto de varias personas que pueden corroborar la historia.

–El hombre que cometió las atrocidades en Europa del Este fue confrontado por el agente Strickland en Grodkow —dijo Riker—. Se descubrió que era un expatriado ruso que se hacía pasar por americano en un intento de causar una lucha internacional entre nosotros y las naciones del bloque oriental. Se enfrentó a un agente de la CIA y fue asesinado a tiros.

Reid parpadeГі ante la avalancha de informaciГіn falsa. SabГ­a lo que era esto; le estaban dando una coartada, la misma que se le darГ­a a los gobiernos y a los organismos de aplicaciГіn de la ley de todo el mundo.

Pero no podría ser tan fácil. Algo estaba mal empezando con la extraña sonrisa de Riker. —Fui repudiado —dijo él—. Me amenazaron. Me ignoraron. Creo que se me debe una pequeña explicación.

–Agente Cero… —Riker empezó. Luego se rio un poco—. Lo siento, vieja costumbre. No eres un agente; ya no. Kent, no era nuestra decisión. Como dije, esto viene de más arriba. Pero la verdad es que, si miramos la suma y no las partes, has eliminado una red internacional de tráfico de personas que ha plagado a la CIA y a la Interpol durante seis años.

–Eliminaste a Rais y, presumiblemente, lo último de Amón con él —añadió Cartwright.

–Sí, has matado personas —dijo Riker—. Pero se ha confirmado que todos ellos eran criminales, algunos de los peores de los peores. Asesinos, violadores, pedófilos. Por mucho que odie admitirlo, tengo que estar de acuerdo con la decisión de que hiciste más bien que mal.

Reid asintiГі lentamente, no porque estuviera de acuerdo con la lГіgica, sino porque se dio cuenta de que lo mejor que podГ­a hacer en ese momento era dejar de discutir, aceptar el perdГіn y resolverlo mГЎs tarde.

Pero todavГ­a tenГ­a preguntas: ВїQuГ© quieres decir con que ya no soy un agente?

Riker y Cartwright intercambiaron una mirada. —Te van a trasladar —le dijo Cartwright—Es decir, si aceptas el trabajo.

–La División de Recursos Nacionales —dijo Riker—, es el ala doméstica de la CIA. Sigue estando dentro de la agencia, pero no requiere ningún trabajo de campo. Nunca tendrás que dejar el país, o a tus chicas. Reclutarás activos. Manejarás los interrogatorios. Reunirte con diplomáticos”.

–¿Por qué? —Reid preguntó.

–En pocas palabras, no queremos perderte —le dijo Cartwright—. Preferimos tenerte a bordo en otra función a que no estés con nosotros en lo absoluto.

–¿Qué hay del agente Watson? —Reid preguntó. Watson le había ayudado a encontrar a sus chicas; había reunido equipo para él y sacó a Reid del país cuando lo necesitó. Como resultado, Watson había sido atrapado y detenido por ello.

–Watson está de baja médica por ocho semanas por su hombro —dijo Riker—. Imagino que volverá tan pronto como esté adecuadamente curado.

Reid levantó una ceja. —¿Y Maria? —Ella también le había ayudado, incluso cuando las órdenes de la CIA eran detener al Agente Cero.

–Johansson está en los Estados Unidos —dijo Cartwright—. Se está tomando unos días de descanso antes de ser reasignada. Pero volverá al campo.

Reid tuvo que evitar sacudir visiblemente su cabeza. Definitivamente algo estaba mal con esto… no era sólo que le perdonaran. Era todo el mundo asociado con su último alboroto. Pero también tenía el instinto que le decía que no era el momento ni el lugar para discutir sobre el regreso a casa.

HabrГ­a tiempo para eso mГЎs tarde, cuando su cerebro no estuviera agobiado por la falta de sueГ±o y los analgГ©sicos.

–Entonces… ¿eso es todo? —preguntó—. ¿Soy libre de irme?

–Libre de irse —Riker volvió a sonreír. A él no le gustaba nada la expresión de su cara.

Cartwright miró su reloj. —Tus hijas deberían llegar a Dulles en unas… dos horas más o menos. Hay un coche esperándote si lo quieres. Puedes asearte, cambiarte y estar allí para recibirlas.

Los dos subdirectores se levantaron de sus asientos y se dirigieron a la puerta.

–Me alegro de tenerte de vuelta, Cero —Cartwright le guiñó un ojo antes de que se fuera.

Solo en la habitaciГіn, Reid mirГі la llave de las esposas de plata que tenГ­a delante. EchГі un vistazo a las cГЎmaras montadas en las esquinas de la habitaciГіn.

Se iba a casa, pero algo estaba muy mal en eso.


*

Reid se apresurГі hacia el estacionamiento de Langley, libre de las esposas y la sala de detenciГіn, libre de ser un agente de campo. Libre del miedo a las repercusiones contra aquellos a los que amaba. Libre de un agujero de tierra en el suelo en el I-6.

Una idea sorprendente lo impactГі mientras navegaba por las puertas y salГ­a a la calle. PodrГ­an simplemente haberlo arrojado en el Infierno-Seis. PodrГ­an haberlo amenazado con ello, manteniendo esa nube negra de no volver a ver a su familia sobre su cabeza. Pero no lo hicieron.

В«Porque si lo hicieran, tendrГ­a todas las razones para hablarВ», razonГі Reid. В«No habrГ­a nada que me impidiera contarlo todo si pensara que pasarГ­a el resto de mi vida en un agujeroВ».

Aunque parecГ­a como si fuera hace semanas, sГіlo habГ­an pasado cuatro dГ­as antes de que una memoria fragmentada hubiera regresado a Г©l; antes del supresor de memoria, Kent Steele habГ­a reunido informaciГіn acerca de una guerra premeditada que el gobierno de los EE.UU. estaba diseГ±ando. No se lo habГ­a contado a nadie, aunque le revelГі a Maria que habГ­a recordado algo que podrГ­a suponer un gran problema para mucha gente.

Su consejo habГ­a sido simple y directo: В«No puedes confiar en nadie mГЎs que en ti mismoВ».

No lo vio antes, en la sala de detenciГіn con su destino en cuestiГіn y los analgГ©sicos aГ±adiendo su cerebro. Pero ahora lo veГ­a. La agencia sabГ­a que Г©l sabГ­a algo, pero no sabГ­an cuГЎnto sabГ­a, o cuГЎnto podrГ­a recordar. Г‰l ni siquiera estaba seguro de cuГЎnto sabГ­a realmente.

SacudiГі el pensamiento de su cabeza. Ahora que el dudoso resultado de su futuro se habГ­a resuelto, toda la tensiГіn se drenГі de sus hombros y se encontrГі fatigado y adolorido, bajo lo cual se creГі una excitaciГіn burbujeante ante la idea de ver a sus chicas de nuevo.

TenГ­a dos horas antes de que el aviГіn de las chicas aterrizara. Dos horas eran mГЎs que suficientes para ir a casa, ducharse, cambiarse y reunirse con ellas. Pero decidiГі renunciar a todo eso y se fue directamente al aeropuerto.

No querГ­a volver a la casa vacГ­a solo.

En cambio, estacionГі en el estacionamiento pequeГ±o de Dulles y entrГі por las rampas de llegada. ComprГі un cafГ© en un puesto de periГіdicos y se sentГі en una silla de plГЎstico, sorbiendo lentamente mientras mil pensamientos giraban en su cabeza, ninguno lo suficientemente largo como para ser considerado una impresiГіn consciente, pero cada uno pasando fugazmente antes de volver en ciclos como un torbellino.

Necesitaba llamar a Maria, decidiГі. Necesitaba escuchar su voz. Ella sabrГ­a quГ© decir, y aunque no lo hiciera, hablar con ella tenГ­a algo que siempre parecГ­a remediar su mente enferma. Reid no tenГ­a su telГ©fono mГіvil, pero afortunadamente habГ­a telГ©fonos pГєblicos en el aeropuerto, una rareza creciente en el siglo XXI. No tenГ­a cambio para poner en la mГЎquina, asГ­ que marcГі primero el cero y luego el nГєmero de telГ©fono que se sabГ­a de memoria.

No hubo respuesta. La lГ­nea sonГі cuatro veces antes de ir al buzГіn de voz. No dejГі ninguno. No estaba seguro de quГ© decir.

Por fin llegГі el aviГіn y una procesiГіn de pasajeros que iban caminando rГЎpidamente recorriГі el largo pasillo, pasando por las puertas y el control de seguridad y llegando a los brazos de sus seres queridos o apresurГЎndose a recoger el equipaje.

Strickland lo vio primero. El agente Todd Strickland era joven, veintisiete aГ±os, con un corte descolorido de estilo militar y un cuello grueso. Se manejaba con un gentil pavoneo que era de alguna manera accesible y autoritario al mismo tiempo. Lo mГЎs importante es que Strickland no parecГ­a para nada sorprendido de ver a Reid; la CIA sin duda le habrГ­a dicho que Kent Steele habГ­a sido liberado. Simplemente asintiГі con la cabeza una vez a Reid mientras conducГ­a a las dos adolescentes por el largo camino.

Parecía que Strickland no le había dicho a ninguna de sus hijas que estaría allí a su llegada, y por eso Reid estaba agradecido. Maya lo vio después, y aunque sus piernas se movían, su mandíbula se aflojó con asombro. Sara parpadeó dos veces, y luego sus labios se abrieron de par en par en una sonrisa genuinamente eufórica. A pesar de que su brazo estaba enyesado y con un cabestrillo —ella se había roto el brazo después de caer de un tren en movimiento— corrió hacia él. —¡Papi!

Reid se arrodillГі y la atrapГі en un fuerte abrazo. Maya se apresurГі justo despuГ©s de su hermana menor, y los tres se abrazaron durante un largo momento.

–¿Cómo? —Maya le susurró roncamente al oído. A ambas chicas se les habían dado muchas razones para creer que no volverían a ver a su padre por lo que podría haber sido un largo tiempo.

–Hablaremos más tarde —prometió Reid. Soltó su agarre y se puso de pie delante de Strickland—. Gracias, por traerlas a casa a salvo.

Strickland asintió y estrechó la mano de Reid. —Sólo mantengo mi palabra. —En Europa del Este, Strickland y Reid habían llegado a una extraña especie de entendimiento mutuo, y el agente más joven había hecho la promesa de mantener a salvo a las dos chicas, tanto si Reid estaba cerca como si no—. Supongo que me iré —les dijo—. Ustedes dos pórtense bien. —Les sonrió a las chicas y se alejó de la pequeña familia.

El viaje a casa fue corto, sГіlo media hora, y Sara hizo que se sintiera aГєn mГЎs corto con su inusual charla. Le contГі lo bien que el agente Strickland las habГ­a tratado, y cГіmo los mГ©dicos en Polonia le dejaron elegir su propio color de yeso para el brazo, pero aun asГ­ eligiГі el beige ordinario para poder colorearlo ella misma con marcadores. Maya estaba sentada extraГ±amente tranquila en el asiento del pasajero, de vez en cuando mirando por encima del hombro a su hermana pequeГ±a y sonriendo brevemente.

Luego llegaron a su casa en AlejandrГ­a, y fue como si la puerta principal fuera un vacГ­o para cualquier pensamiento alegre o feliz. El ambiente se calentГі un poco; la Гєltima vez que alguno de ellos puso un pie en el vestГ­bulo habГ­a habido un hombre muerto justo antes de la cocina. Dave Thompson, su vecino, era un agente retirado de la CIA que habГ­a sido asesinado por el hombre que habГ­a secuestrado a Maya y Sara.

Nadie hablГі mientras Reid cerraba la puerta y metГ­a el cГіdigo para activar el sistema de alarma. Las chicas parecГ­an dudar incluso de dar un paso mГЎs dentro de la casa.

–Todo está bien —les dijo en voz baja, y aunque él mismo apenas lo creía, se dirigió a la cocina para demostrar que no había nada que temer. El equipo de limpieza de la escena del crimen había hecho un trabajo minucioso, pero era evidente por el fuerte olor a amoníaco y la limpieza de las baldosas que alguien había estado aquí, limpiando la sangre y eliminando cualquier rastro de que un asesinato había ocurrido.

–¿Alguien tiene hambre? —Reid preguntó, tratando de sonar sin problemas, pero muy fuerte y teatral.

–No —dijo Maya en voz baja. Sara negó con la cabeza.

–Bien. —La prolongada pausa que hubo a continuación fue palpable, como un globo invisible que se inflaba hasta un volumen imposible en el espacio que había entre ellos—. Bueno —dijo Reid finalmente, esperando reventarlo—, no sé ustedes dos, pero yo estoy exhausto. Creo que todos deberíamos descansar un poco.

Las chicas volvieron a asentir con la cabeza. Reid besГі la parte superior de la cabeza de Sara y ella bajГі sigilosamente por el vestГ­bulo, bordeando una pared, Г©l lo notГі, aunque no habГ­a nada que bloqueara su camino, y subiГі las escaleras.

Maya esperГі, sin decir nada, pero escuchando atentamente las pisadas en las escaleras para llegar a la cima alfombrada. Se sacГі los zapatos usando los dedos de cada pie opuesto, y luego preguntГі muy repentinamente: ВїEstГЎ muerto?

Reid parpadeó dos veces. —¿Quién está muerto?

Maya no miró hacia arriba. —El hombre que nos llevó. El que mató al Sr. Thompson. Rais.

–Sí —dijo Reid en voz baja.

–¿Lo mataste? —Su mirada era dura, pero no enojada. Quería la verdad, no otra tapadera u otra mentira.

–Sí —admitió después de un largo momento.

–Bien —dijo ella en casi un susurro.

–¿Te dijo su nombre? —Reid preguntó.

Maya asintió con la cabeza, y luego lo miró sin vacilar. —Había otro nombre que él quería que yo conociera. Kent Steele.

Reid cerró los ojos y suspiró. De alguna manera Rais continuaba acosándolo, incluso desde más allá de la tumba. —Ya he terminado con ese asunto.

–¿Lo prometes? —Ella levantó ambas cejas, esperando que fuera sincero.

–Sí. Lo prometo.

Maya asintiГі. Reid sabГ­a muy bien que no serГ­a el final, era demasiado lista e inquisitiva para dejar las cosas como estГЎn. Pero por el momento, sus respuestas parecГ­an satisfacerla y se dirigiГі hacia las escaleras.

Odiaba mentirles a sus hijas. Odiaba aГєn mГЎs mentirse a sГ­ mismo. No habГ­a terminado con el trabajo de campo, tal vez con el trabajo de campo pagado, pero aГєn tenГ­a mucho que hacer si querГ­a llegar al fondo de la conspiraciГіn que acababa de empezar a desenterrar. No tenГ­a elecciГіn; mientras supiera algo, seguГ­a en peligro. Sus hijas podrГ­an seguir en peligro.

DeseГі por un momento no saber nada, poder olvidar lo que sabГ­a de la agencia, de las conspiraciones, y ser sГіlo un profesor universitario y un padre para sus hijas.

В«Pero no puedes. AsГ­ que tienes que hacer lo contrarioВ».

No necesitaba menos recuerdos; ya lo habГ­a intentado antes y no habГ­a funcionado tan bien. Necesitaba mГЎs recuerdos. Cuanto mГЎs pudiera recordar sobre lo que sabГ­a hace dos aГ±os, menos trabajo tendrГ­a que hacer para descubrir la verdad. Y tal vez no tendrГ­a que preocuparse por mucho tiempo.

Parado en la cocina a pocos metros de donde Thompson fue asesinado, Reid tomГі su decisiГіn. EncontrarГ­a la vieja carta de Alan Reidigger y el nombre del neurГіlogo suizo que le habГ­a implantado el supresor de memoria en su cabeza.




CAPГЌTULO UNO


Abdallah bin Mohammed estaba muerto.

El cuerpo del anciano yacГ­a sobre una losa de granito en el patio del recinto, un grupo de estructuras beige con paredes encajonadas situadas a unos 80 km al oeste de Albaghdadi, en el desierto de Iraq. Fue allГ­ donde la Hermandad sobreviviГі a la expulsiГіn de Hamas, asГ­ como al escrutinio de las fuerzas americanas durante la ocupaciГіn y la posterior democratizaciГіn del paГ­s. Para cualquiera fuera de la Hermandad, el complejo era simplemente una comuna de chiitas ortodoxos; las redadas y las inspecciones forzadas de la propiedad no habГ­an dado ningГєn resultado. Sus escondites estaban bien ocultos.

El anciano se habГ­a ocupado personalmente de su supervivencia, gastando su propia fortuna al servicio de la perpetuaciГіn de su ideologГ­a. Pero ahora, bin Mohammed estaba muerto.

Awad se parГі estoicamente junto a la losa que contenГ­a el cadГЎver ceniciento del viejo. Las cuatro esposas de Bin Mohammed ya habГ­an dado el ghusl, lavando su cuerpo tres veces antes de envolverlo en blanco. Sus ojos estaban cerrados pacГ­ficamente, sus manos cruzadas sobre su pecho, derecha sobre izquierda. No tenГ­a ni una marca ni un rasguГ±o; durante los Гєltimos seis aГ±os habГ­a vivido y muerto en el recinto, no fuera de sus paredes. No habГ­a muerto por fuego de mortero o por ataques de drones como tantos otros muyahidines.

–¿Cómo? —Awad preguntó en árabe—. ¿Cómo murió?

–Tuvo un ataque por la noche —dijo Tarek. El hombre más bajo estaba en el lado opuesto de la losa de piedra, de cara a Awad. Muchos en la Hermandad consideraban a Tarek como el segundo al mando de bin Mohammed, pero Awad sabía que su capacidad había sido poco más que la de mensajero y cuidador cuando la salud del anciano declinó—. La convulsión provocó un ataque al corazón. Fue instantáneo; no sufrió.

Awad puso una mano sobre el pecho inmГіvil del viejo. Bin Mohammed le habГ­a enseГ±ado mucho, no sГіlo de creencia sino tambiГ©n del mundo, sus muchas dificultades, y lo que significaba liderar.

Y Г©l, Awad, vio ante Г©l no sГіlo un cadГЎver sino una oportunidad. Tres noches antes AlГЎ le habГ­a regalado un sueГ±o, aunque ahora era difГ­cil llamarlo asГ­. Era un pronГіstico. En Г©l vio la muerte de bin Mohammed, y una voz le dijo que se levantarГ­a y liderarГ­a la Hermandad. La voz, estaba seguro, habГ­a pertenecido al Profeta, hablando en nombre del Гљnico Dios Verdadero.

–Hassan está en una redada de municiones —dijo Tarek en voz baja—. Aún no sabe que su padre ha fallecido. Regresa hoy; pronto sabrá que el manto de la dirección de la Hermandad recae sobre él…

–Hassan es débil —dijo Awad de repente, con mayor dureza de la que pretendía—. Mientras la salud de Bin Mohammed declinaba, Hassan no hizo nada para evitar que nos debilitáramos proporcionalmente.

–Pero… —Tarek dudó; era consciente del mal genio de Awad—. Los deberes de liderazgo recaen en el hijo mayor…

–Esto no es una dinastía —afirmó Awad.

–Entonces ¿quién…? —Tarek se alejó cuando se dio cuenta de lo que Awad estaba sugiriendo.

El joven entrecerrГі los ojos, pero no dijo nada. No necesitaba hacerlo; una mirada era mГЎs que suficiente amenaza. Awad era joven, aГєn no tenГ­a treinta aГ±os, pero era alto y fuerte, con una mandГ­bula tan rГ­gida e inflexible como su creencia. Pocos hablarГ­an en su contra.

–Bin Mohammed quería que yo liderara —le dijo Awad a Tarek—. Lo dijo él mismo. —Eso no era del todo cierto; el anciano había dicho en varias ocasiones que veía el potencial de grandeza en Awad, y que era un líder natural de los hombres. Awad interpretó las declaraciones como una declaración de las intenciones del anciano.

–No me dijo nada de eso —se atrevió a decir Tarek, aunque lo dijera en voz baja. Su mirada se dirigió hacia abajo, sin encontrarse con los ojos oscuros de Awad.

–Porque sabía que tú también eres débil —desafió Awad—. Dime, Tarek, ¿cuánto tiempo hace que no te aventuraste fuera de estos muros? ¿Cuánto tiempo has vivido de la caridad y la seguridad de Bin Mohammed, despreocupado por las balas y las bombas? —Awad se inclinó hacia adelante, sobre el cuerpo del viejo, mientras añadía en silencio—: ¿Cuánto tiempo crees que durarás con sólo ropa en la espalda cuando tome el poder y te expulse?

El labio inferior de Tarek se moviГі, pero ningГєn sonido escapГі de su garganta. Awad sonriГі con suficiencia; el pequeГ±o Tarek, con su papada, tenГ­a miedo.

–Continúa —le dijo Awad—. Di lo que piensas.

–Cuánto tiempo… —Tarek engulló—. ¿Cuánto tiempo crees que durarás dentro de estos muros sin la financiación de Hassan bin Abdallah? Estaremos en la misma posición. Sólo que en lugares diferentes.

Awad sonrió. —Sí. Eres astuto, Tarek. Pero tengo una solución. —Se inclinó sobre la losa y bajó la voz—. Corrobora mi afirmación.

Tarek levantГі la vista bruscamente, sorprendido por las palabras de Awad.

–Diles que has oído lo que yo he oído —continuó—. Diles que Abdallah bin Mohammed me nombró líder tras su fallecimiento, y te juro que siempre tendrás un lugar en la Hermandad. Recuperaremos nuestra fuerza. Daremos a conocer nuestro nombre. Y la voluntad de Alá, la paz sea con Él, se hará.

Antes de que Tarek pudiera responder, un centinela gritГі al otro lado del patio. Dos hombres abrieron las pesadas puertas de hierro justo a tiempo para que dos camiones las atravesaran, con las huellas de sus neumГЎticos llenos de arena hГєmeda y barro de la lluvia reciente.

Ocho hombres salieron —todos los que se habían ido estaban de regreso—, pero incluso desde su posición ventajosa Awad podía decir que la redada había ido mal. No había municiones ganadas.

De los ocho, uno dio un paso adelante, con los ojos muy abiertos, mientras miraba fijamente la losa de piedra entre Awad y Tarek. Hassan bin Abdallah bin Mohammed tenГ­a treinta y cuatro aГ±os, pero aГєn tenГ­a el aspecto demacrado de un adolescente, sus mejillas poco profundas y su barba irregular.

Un suave gemido escapГі de los labios de Hassan al reconocer la figura que yacГ­a quieta en la losa. CorriГі hacia ella, con sus zapatos levantando arena detrГЎs de Г©l. Awad y Tarek retrocedieron, dГЎndole espacio mientras Hassan se arrojaba sobre el cuerpo de su padre y sollozaba con fuerza.

DГ©bil. Awad se mofГі de la escena ante Г©l. В«Tomar el control de la Hermandad serГЎ fГЎcilВ».

Esa noche en el patio, la Hermandad realizГі el Salat-al-Janazah, las oraciones funerarias para Abdallah bin Mohammed. Cada persona presente se arrodillГі en tres filas frente a la Meca, con su hijo Hassan mГЎs cerca de su cuerpo y sus esposas siguiendo el final de la tercera fila.

Awad sabía que inmediatamente después de los ritos, el cuerpo sería enterrado; la tradición musulmana dictaba que el cuerpo debía ser enterrado tan pronto como fuera posible después de la muerte. Fue el primero en levantarse de la oración, e invocó su voz más ferviente mientras hablaba. —Mis hermanos —comenzó—. Es con gran dolor que encomendamos a Abdallah bin Mohammed a la tierra.

Todos los ojos se volvieron hacia Г©l, algunos confundidos por su repentina interrupciГіn, pero nadie se levantГі o hablГі en su contra.

–Han pasado seis años desde que la hipocresía de Hamas nos vio exiliados de Gaza —continuó Awad—. Seis años hemos sido desterrados al desierto, viviendo de la caridad de bin Mohammed, buscando y asaltando lo que podemos. Seis años hemos vivido una mentira y hemos habitado en las sombras de Hamas. De Al-Qaeda. De ISIS. De Amón.

Hizo una pausa cuando se encontró con cada par de ojos sucesivamente. —No más. La Hermandad ya no se esconderá más. He ideado un plan y antes de la muerte de Abdallah, le detallé mi plan y recibí su bendición. Nosotros, hermanos, promulgaremos este plan y afirmaremos nuestra fe. Haremos perecer a los herejes y el mundo entero conocerá a la Hermandad. Se los prometo.

Muchas, incluso la mayoría de las cabezas asintieron en el patio. Un hombre se levantó, un hermano duro y algo cínico llamado Usama. —¿Y cuál es este plan, Awad? —preguntó, con una voz desafiante—. ¿Qué gran plan tienes en mente?

Awad sonrió. —Vamos a orquestar la más santa yihad que se haya cometido en suelo americano. Una que hará que el ataque de Al-Qaeda a Nueva York parezca inútil.

–¿Cómo? —Usama exigió—. ¿Cómo lograremos esto?

–Todo será revelado —dijo Awad pacientemente—. Pero no esta noche. Esta es una noche de reverencia.

Awad tenГ­a un plan. Era uno que habГ­a estado construyendo en su mente desde hace algГєn tiempo. SabГ­a que era posible; habГ­a hablado con el libio y se habГ­a enterado de los periodistas israelГ­es y del agregado del Congreso de Nueva York que pronto estarГ­a en Bagdad. Fue una casualidad, la forma en que todo parecГ­a estar en su lugar, incluyendo la muerte de Abdallah. Awad habГ­a llegado incluso a negociar un acuerdo preliminar con el traficante de armas que tenГ­a acceso al equipo necesario para el ataque a la ciudad de EE.UU., pero habГ­a mentido acerca de compartirlo con Abdallah. El viejo era un lГ­der, un amigo y un benefactor de la Hermandad, y por eso Awad estaba agradecido, pero nunca habrГ­a aceptado. RequerГ­a una financiaciГіn sustancial, recursos que podГ­an amenazar con llevar a la bancarrota sus recursos si se estropeaba.

Y debido a ese requisito, Awad sabГ­a que tendrГ­a que congraciarse con Hassan bin Abdallah. El deber de enterrar normalmente recaГ­a en los parientes masculinos mГЎs cercanos, pero Awad apenas podГ­a imaginar los largos y delgados brazos de Hassan logrando cavar un agujero lo suficientemente profundo. AdemГЎs, ayudar a Hassan les darГ­a la oportunidad de unirse y discutir los planes de Awad.

–Hermano Hassan —dijo Awad—. Espero que me honres permitiéndome ayudarte a enterrar a Abdallah.

El anГ©mico Hassan le devolviГі la mirada y asintiГі con la cabeza una vez. Awad pudo ver en los ojos del joven que estaba petrificado ante la idea de liderar la Hermandad. Los dos rompieron filas en las tres lГ­neas de oraciГіn para conseguir palas.

Una vez que estuvieron fuera del alcance de los otros, baГ±ados en la luz de la luna del patio abierto, Hassan aclarГі su garganta y preguntГі: ВїCuГЎl es tu plan, Awad?

Awad bin Saddam se abstuvo de sonreír. —Comienza —dijo—, con el secuestro de tres hombres, mañana, no muy lejos de aquí. Termina con un ataque directo a la ciudad de Nueva York. —Se detuvo y puso una mano pesada en el hombro de Hassan—. Pero no puedo orquestar esto solo. Necesito tu ayuda, Hassan.

La garganta de Hassan se contrajo y asintiГі con la cabeza.

–Te prometo —dijo Awad—, que esa nación devastada por el pecado de codiciosos apóstatas sufrirá una pérdida incalculable. La Hermandad será finalmente reconocida como una fuerza del islam.

Y, se guardГі para sГ­ mismo, В«el nombre Awad bin Saddam encontrarГЎ su lugar en la historiaВ».




CAPГЌTULO DOS


—Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre —dijo el profesor Lawson mientras se paseaba ante un aula de cuarenta y siete estudiantes en el Salón Healy de la Universidad de Georgetown—. ¿Qué significa eso?

–¿Que no te das cuenta de que sólo es abril? —bromeó un chico de pelo castaño en la primera fila.

Unos cuantos estudiantes se rieron. Reid sonrió; este era su elemento, el aula, y se sentía muy bien al estar de vuelta. Casi como si las cosas hubieran vuelto a la normalidad. —No del todo. Esa es la primera línea de un poema que conmemora un evento importante -o un evento cercano, si lo prefieres- en la historia de Inglaterra. El cinco de noviembre, ¿alguien?

Una joven morena unas filas atrГЎs levantГі educadamente su mano y dijo: ВїDГ­a de Guy Fawkes?

–Sí, gracias —Reid miró rápidamente su reloj. Se había convertido en un hábito recientemente, casi un tic idiosincrásico para comprobar la pantalla digital para las actualizaciones—. Aunque no se celebra tan ampliamente como antes, el 5 de noviembre marca el día de un fallido complot de asesinato. Todos habéis oído el nombre de Guy Fawkes, estoy seguro.

Las cabezas asintieron con la cabeza y los murmullos de aprobaciГіn se elevaron de la clase.

–Bien. Así que, en 1605, Fawkes y otros doce cómplices idearon un plan para volar la Cámara de los Lores, la cámara alta del Parlamento, durante una asamblea. Pero los miembros de la Cámara de los Lores no eran su verdadero objetivo; su meta era asesinar al Rey Jaime I, que era protestante. Fawkes y sus amigos querían restaurar a un monarca católico en el trono.

VolviГі a mirar su reloj. Ni siquiera querГ­a hacerlo; fue un reflejo.

–Mmm… —Reid se aclaró la garganta—. Su plan era bastante simple. Durante algunos meses, guardaron treinta y seis barriles de pólvora en un sótano -básicamente una bodega- directamente bajo el Parlamento. Fawkes era el hombre del gatillo; debía encender una mecha larga y luego correr como el demonio al Támesis.

–Como un dibujo animado de El Coyote y el Correcaminos —dijo el comediante en el frente.

–Más o menos —Reid estuvo de acuerdo—. Por lo que su intento de asesinato se conoce hoy como el complot de la pólvora. Pero nunca llegaron a encender la mecha. Alguien avisó a un miembro de la Cámara de los Lores de forma anónima, y los sótanos fueron registrados. La pólvora y los Fawkes fueron descubiertos…

MirГі su reloj. No mostraba nada mГЎs que la hora.

–Y, ummm… —Reid se burló suavemente de sí mismo—. Lo siento, amigos, estoy un poco distraído hoy. Fawkes fue descubierto, pero se negó a entregar a sus cómplices, al principio. Fue enviado a la Torre de Londres, y durante tres días fue torturado…

Una visiГіn pasГі repentinamente por su mente; no una visiГіn sino un recuerdo, intrusivamente metiГ©ndose en su cabeza al mencionar la tortura.

В«Un sitio negro de la CIA en Marruecos. Nombre en clave I-6. Conocido por la mayorГ­a por su alias Infierno-SeisВ».

В«Un iranГ­ cautivo estГЎ atado a una mesa con una ligera inclinaciГіn. Tiene una capucha sobre su cabeza. Le presionas una toalla sobre la caraВ».

Reid se estremeció cuando un escalofrío le recorrió la columna vertebral. El recuerdo era uno que ya había tenido antes. En su otra vida como agente de la CIA Kent Steele, había realizado “técnicas de interrogación” a terroristas capturados para obtener información. Así es como la agencia las llamó: técnicas. Cosas como el submarino, los tornillos de pulgar y el tirón de uñas.

Pero no eran tГ©cnicas. Era una tortura, simple y llanamente. No muy diferente a la de Guy Fawkes en la Torre de Londres.

В«Ya no haces esoВ», se recordГі a sГ­ mismo. В«No eres asГ­В».

Se aclaró la garganta de nuevo. —Durante tres días fue… interrogado. Eventualmente dio los nombres de otros seis y todos ellos fueron sentenciados a muerte. El complot para volar el Parlamento y el Rey James I desde la clandestinidad fue frustrado, y el 5 de noviembre se convirtió en un día para celebrar el fallido intento de asesinato…

В«Una capucha sobre su cabeza. Una toalla sobre su caraВ».

В«Agua, vertiГ©ndose. No se detiene. El cautivo golpea tan fuerte que se rompe su propio brazoВ».

–¡Dime la verdad!

–¿Profesor Lawson? —Era el chico de pelo castaño de la primera fila. Estaba mirando a Reid… todos lo hacían. «¿Acabo de decir eso en voz alta? No creía que lo hubiera hecho, pero el recuerdo se le había metido en el cerebro y posiblemente hasta su boca. Todos los ojos estaban puestos en él, algunos estudiantes murmuraban entre ellos mientras él estaba de pie allí torpemente y con la cara enrojecida.

MirГі su reloj por cuarta vez en menos de unos minutos.

–Ummm, lo siento —se rio nerviosamente—. Parece que es todo el tiempo que tenemos hoy. Quiero que todos ustedes lean sobre Fawkes y las motivaciones detrás del complot de la pólvora, y el lunes retomaremos con el resto de la Reforma Protestante y comenzaremos con la Guerra de los Treinta Años.

La sala de conferencias se llenГі con los sonidos del movimiento de los pies y el crujido de los estudiantes cuando recogieron sus libros y bolsas y empezaron a salir del aula. Reid se frotГі la frente; sintiГі que se le acercaba un dolor de cabeza, cada vez mГЎs frecuente en estos dГ­as.

El recuerdo del disidente torturado perduraba como una niebla espesa. Eso tambiГ©n habГ­a estado sucediendo mГЎs a menudo Гєltimamente; pocos recuerdos nuevos habГ­an regresado a Г©l, pero los que habГ­an sido restaurados anteriormente volvГ­an mГЎs fuertes, mГЎs viscerales. Como un dГ©jГ  vu, excepto que Г©l sabГ­a que habГ­a estado allГ­. No era sГіlo un sentimiento; habГ­a hecho todas esas cosas y otras mГЎs.

–Profesor Lawson —Reid levantó la vista, sacudido por sus pensamientos cuando una joven rubia se acercó a él, echando un bolso sobre su hombro—. ¿Tienes una cita esta noche o algo así?”

–¿Perdón? —Reid frunció el ceño, confundido por la pregunta.

La joven sonrió. —Noté que mirabas tu reloj como cada treinta segundos. Me imaginé que debía tener una cita caliente esta noche.

Reid forzó una sonrisa. —No, nada de eso. Sólo… espero ansioso el fin de semana.

Ella asintió apreciablemente. —Yo también. Que tenga un buen día, profesor. —Se giró para salir del aula, pero se detuvo, echó una mirada por encima del hombro y preguntó—: ¿Te gustaría alguna vez?

–¿Disculpa? —preguntó vagamente.

–Tener una cita. Conmigo.

Reid parpadeó, aturdido en silencio. —Yo…

–Piénsalo. —Sonrió de nuevo y se fue.

Se quedГі allГ­ por un largo momento, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Cualquier recuerdo de tortura o de sitios negros que pudiera haber persistido, fue apartado por la inesperada peticiГіn. ConocГ­a al estudiante bastante bien; ella se habГ­a reunido con Г©l unas cuantas veces durante sus horas de oficina para revisar el trabajo del curso. Se llamaba Karen; tenГ­a veintitrГ©s aГ±os y era una de las mГЎs brillantes de su clase. Se habГ­a tomado un par de aГ±os libres despuГ©s de la escuela secundaria antes de ir a la universidad y viajГі, sobre todo por Europa.

Casi se golpeó en la frente con la repentina comprensión de que sabía más de lo que debía sobre la joven. Esas visitas a la oficina no habían sido para ayudar en la asignación; ella estaba enamorada del profesor. Y era innegablemente hermosa —si Reid se permitía por un momento pensar así— lo que normalmente no hacía, ya que hacía tiempo que se había hecho adepto a compartimentar los atributos físicos y mentales de sus estudiantes y a centrarse en la educación.

Pero la chica, Karen, era muy atractiva, de pelo rubio y ojos verdes, delgada pero atlética, y…

–Oh —dijo en voz alta a la clase vacía.

Le recordaba a Maria.

Habían pasado cuatro semanas desde que Reid y sus chicas habían vuelto de Europa del Este. Dos días después Maria fue enviada a otra operación, y a pesar de sus mensajes y llamadas a su móvil personal, no supo nada de ella desde entonces. Se preguntó dónde estaba, si estaba bien… y si ella seguía sintiendo lo mismo por él. Su relación se había vuelto tan compleja que era difícil decir dónde estaban. Una amistad que casi se había vuelto romántica se vio temporalmente amargada por la desconfianza y, eventualmente, por aliados distanciados en el lado equivocado del encubrimiento del gobierno.

Pero ahora no era el momento de pensar en lo que Maria sentГ­a por Г©l. HabГ­a prometido volver a la conspiraciГіn, para tratar de descubrir mГЎs de lo que sabГ­a entonces, pero con el regreso a la enseГ±anza, su nuevo puesto en la agencia, y el cuidado de sus niГ±as, apenas tenГ­a tiempo para pensar en ello.

Reid suspirГі y revisГі su reloj otra vez. Recientemente habГ­a derrochado y comprado un reloj inteligente que se conectaba a su telГ©fono mГіvil por Bluetooth. Incluso cuando su telГ©fono estaba en su escritorio o en otra habitaciГіn, seguГ­a siendo alertado por mensajes de texto o llamadas. Y mirarlo frecuentemente se habГ­a vuelto tan instintivo como parpadear. Tan compulsivo como rascarse la picazГіn.

Le había enviado un mensaje a Maya justo antes de que empezara la conferencia. Normalmente sus textos eran preguntas aparentemente inocuas, como «¿Qué quieres para cenar?» o «¿Necesitas que compre algo de camino a casa?» Pero Maya no era tonta; sabía que él las controlaba, sin importar cómo tratara de presentarlo. Especialmente porque tendía a enviar un mensaje o hacer una llamada cada hora más o menos.

Era lo suficientemente inteligente como para reconocer lo que era esto. La neurosis sobre la seguridad de sus chicas, su compulsiГіn por reportarse y la consiguiente ansiedad esperando una respuesta; incluso la fuerza y el impacto de los flashbacks que soportГі. Tanto si estaba dispuesto a admitirlo como si no, todos los signos apuntaban a algГєn grado de trastorno de estrГ©s postraumГЎtico por las pruebas por las que habГ­a pasado.

No obstante, su desafГ­o para superar el trauma, su camino para volver a una vida que se asemejaba a la normalidad, e intentar conquistar la angustia y la consternaciГіn de lo sucedido, no era nada comparado con lo que sus dos hijas adolescentes estaban pasando.




CAPГЌTULO TRES


Reid abriГі la puerta de su casa en los suburbios de Alexandria, Virginia, balanceando una caja de pizza sobre la palma de su mano, y marcГі el cГіdigo de seis dГ­gitos de la alarma en el panel cerca de la puerta principal. HabГ­a actualizado el sistema sГіlo unas semanas antes. Este nuevo enviarГ­a una alerta de emergencia tanto al 911 como a la CIA si el cГіdigo no se introducГ­a correctamente en los 30 segundos siguientes a la apertura de cualquier punto de salida.

Fue una de las varias precauciones que Reid tomГі desde el incidente. Ahora habГ­a cГЎmaras, tres en total; una montada sobre el garaje y dirigida hacia la entrada y la puerta delantera, otra escondida en el reflector sobre la puerta trasera, y una tercera fuera de la puerta de la habitaciГіn del pГЎnico en el sГіtano, todas ellas en un bucle de grabaciГіn de veinticuatro horas. TambiГ©n habГ­a cambiado todas las cerraduras de la casa; su antiguo vecino, el ahora fallecido Sr. Thompson, tenГ­a una llave de las puertas delantera y trasera y sus llaves fueron tomadas cuando el asesino Rais robГі su camiГіn.

Por Гєltimo, y quizГЎs lo mГЎs importante, era el dispositivo de rastreo implantado en cada una de sus hijas. Ninguna de ellas era consciente de ello, pero ambas habГ­an recibido una inyecciГіn bajo el disfraz de una vacuna antigripal que les implantГі un rastreador GPS subcutГЎneo, pequeГ±o como un grano de arroz, en la parte superior de sus brazos. No importaba en quГ© parte del mundo estuvieran, un satГ©lite lo sabrГ­a. HabГ­a sido idea del agente Strickland, y Reid estuvo de acuerdo sin dudarlo. Lo mГЎs extraГ±o fue que a pesar del alto costo de equipar a dos civiles con tecnologГ­a de la CIA, el subdirector Cartwright lo aprobГі aparentemente sin pensarlo dos veces.

Reid entrГі en la cocina y encontrГі a Maya tirada en la sala de estar adyacente, viendo una pelГ­cula en la televisiГіn. Estaba tumbada de lado en el sofГЎ, todavГ­a en pijama, con las dos piernas colgando del extremo mГЎs alejado.

–Hola —Reid puso la caja de pizza en el mostrador y se encogió de hombros con su chaqueta de tweed—. Te envié un mensaje de texto. No contestaste.

–El teléfono está arriba cargándose —dijo Maya perezosamente.

–¿No puede estar cargándose aquí abajo? —preguntó con fuerza.

Ella simplemente se encogiГі de hombros a cambio.

– ¿Dónde está tu hermana?

–Arriba —bostezó—. Creo.

Reid suspiró. —Maya…

–Ella está arriba, papá. Cielos.

Por mucho que quisiera regaГ±arla por su petulante actitud de los Гєltimos dГ­as, Reid se mordiГі la lengua. AГєn no sabГ­a el alcance total de lo que habГ­a pasado a cualquiera de ellas durante el incidente. AsГ­ es como se referГ­a a ello en su mente, como В«el incidenteВ». Fue una sugerencia del psicГіlogo de Sara de darle un nombre, una forma de referirse a los eventos en la conversaciГіn, aunque nunca lo habГ­a dicho en voz alta.

La verdad es que apenas hablaban de ello.

SabГ­a por los informes de los hospitales, tanto en Polonia como en una evaluaciГіn secundaria en los Estados Unidos, que, si bien sus dos hijas habГ­an sufrido heridas leves, ninguna de ellas habГ­a sido violada. Sin embargo, habГ­a visto de primera mano lo que habГ­a sucedido a algunas de las otras vГ­ctimas de la trata. No estaba seguro de estar preparado para conocer los detalles de la terrible prueba que habГ­an vivido por su culpa.

Reid subiГі las escaleras y se detuvo un momento fuera de la habitaciГіn de Sara. La puerta estaba entreabierta unos centГ­metros; se asomГі y la vio tendida sobre sus mantas, de cara a la pared. Su brazo derecho descansaba sobre su muslo, todavГ­a envuelto en un yeso beige desde el codo hacia abajo. MaГ±ana tenГ­a una cita con el doctor para ver si el yeso estaba listo para ser retirado.

Reid empujГі la puerta para abrirla suavemente, pero aun asГ­ chirriaba en sus bisagras. Sara, sin embargo, no se moviГі.

– ¿Estás dormida? —preguntó suavemente.

–No —murmuró ella.

–Yo… he traído una pizza a casa.

–No tengo hambre —dijo rotundamente.

No habГ­a comido mucho desde el incidente; de hecho, Reid tuvo que recordarle constantemente que bebiera agua, o de lo contrario casi no consumirГ­a nada. EntendГ­a las dificultades de sobrevivir a un trauma mejor que la mayorГ­a, pero esto se sentГ­a diferente. MГЎs grave.

La psicГіloga a la que Sara habГ­a estado viendo, la Dra. Branson, era una mujer paciente y compasiva que vino altamente recomendada y certificada por la CIA. Sin embargo, segГєn sus informes, Sara hablaba poco durante sus sesiones de terapia y respondГ­a a las preguntas con la menor cantidad de palabras posible.

Se sentГі en el borde de su cama y le cepillГі el pelo de la frente. Ella se estremeciГі ligeramente al tocarla.

–¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó en voz baja.

–Sólo quiero estar sola —murmuró ella.

Él suspiró y se levantó de la cama. —Lo entiendo —dijo con empatía—. Aun así, me gustaría mucho que bajaras y te sentaras con nosotros, como una familia. Tal vez tratar de comer algunos bocados.

Ella no dijo nada en respuesta.

Reid suspirГі de nuevo mientras bajaba las escaleras. Sara estaba claramente traumatizada; era mucho mГЎs difГ­cil comunicarse con ella que antes, en febrero, cuando las chicas tuvieron un encuentro con dos miembros de la organizaciГіn terrorista AmГіn en un muelle de Nueva Jersey. HabГ­a pensado que era malo entonces, pero ahora su hija menor no tenГ­a ninguna alegrГ­a, a menudo dormГ­a o se acostaba en la cama y no miraba nada en particular. Incluso cuando estaba allГ­ fГ­sicamente, se sentГ­a como si apenas estuviera allГ­.

En Croacia, Eslovaquia y Polonia, todo lo que querГ­a era recuperar a sus chicas. Ahora que las habГ­a devuelto a salvo a su casa, todo lo que querГ­a era tener a sus niГ±as de vuelta, aunque en una capacidad muy diferente. QuerГ­a que las cosas fueran como eran antes de todo esto.

En el comedor, Maya estaba colocando tres platos y vasos de papel alrededor de la mesa. ObservГі mientras se servГ­a un refresco, tomaba una rebanada de pepperoni de la caja y mordГ­a la punta.

Mientras ella masticaba, Г©l preguntГі: Entonces Вїhas pensado en volver a la escuela?

Su mandíbula trabajaba en círculos ya que lo miraba de manera uniforme. —No creo que esté lista todavía —dijo después de un rato.

Reid asintiГі como si estuviera de acuerdo, aunque pensГі que cuatro semanas de descanso eran suficientes y que la vuelta a la costumbre serГ­a buena para ellos. Ninguna de las dos habГ­a vuelto a la escuela tras el incidente; Sara claramente no estaba preparada, pero Maya parecГ­a estar en condiciones de reanudar sus estudios. Era inteligente, casi una amenaza; incluso cuando era una estudiante de secundaria, habГ­a estado tomando algunos cursos a la semana en Georgetown. Se verГ­an bien en una solicitud de ingreso a la universidad y le darГ­an un impulso para obtener un tГ­tulo, pero sГіlo si los terminaba.

HabГ­a estado yendo a la biblioteca varias veces a la semana para sesiones de estudio, lo cual era al menos un comienzo. Era su intenciГіn tratar de pasar el final para no reprobar. Pero incluso siendo tan inteligente como ella, Reid tenГ­a sus dudas de que fuera suficiente.

EscogiГі sus palabras con cuidado mientras decГ­a: Quedan menos de dos meses de clases, pero creo que eres lo suficientemente lista para ponerte al dГ­a si regresas.

–Tienes razón —dijo mientras arrancaba otro bocado de pizza—. Soy lo suficientemente inteligente.

Le dio una mirada de reojo. —Eso no es lo que quise decir, Maya…

–Oh, hola chillona —dijo de repente.

Reid levantГі la vista sorprendido cuando Sara entrГі en el comedor. Su mirada barriГі el suelo mientras se dirigГ­a a una silla como una tГ­mida ardilla. QuerГ­a decir algo, ofrecer algunas palabras de aliento o simplemente decirle que estaba contento de que decidiera unirse a ellos, pero se contuvo. Era la primera vez en al menos dos semanas, tal vez mГЎs, que habГ­a bajado a cenar.

Maya sacГі una rebanada de pizza en un plato y se la dio a su hermana. Sara dio un pequeГ±o, casi imperceptible mordisco a la punta, sin levantar la vista hacia ninguno de ellos.

La mente de Reid corriГі, buscando algo que decir, algo que pudiera hacer que esto pareciera una cena familiar normal y no la situaciГіn tensa, silenciosa y dolorosamente incГіmoda que era.

–¿Pasó algo interesante hoy? —dijo al final, regañándose inmediatamente por el intento fallido.

Sara sacudiГі un poco la cabeza, mirando el mantel.

–Vi un documental sobre pingüinos —ofreció Maya.

–¿Aprendiste algo genial? —preguntó él.

–En realidad no.

Y asГ­ fue, volviendo al silencio y la tensiГіn.

В«Di algo significativoВ», su mente le gritГі. В«OfrГ©celes apoyo. Hazles saber que pueden abrirse a ti sobre lo que pasГі. Todos ustedes sobrevivieron a un trauma. Sobrevivan juntosВ».

–Escuchen —dijo—. Sé que no ha sido fácil últimamente. Pero quiero que ambas sepan que está bien que me hablen de lo que pasó. Pueden hacerme preguntas. Seré honesto.

–Papá… —Maya empezó, pero él levantó una mano.

–Por favor, esto es importante para mí —dijo—. Estoy aquí para ustedes, y siempre lo estaré. Sobrevivimos a esto juntos, los tres, y eso prueba que no hay nada que nos pueda separar…

Se detuvo, su corazГіn se rompiГі de nuevo cuando vio que las lГЎgrimas se derramaban por las mejillas de Sara. ContinuГі mirando hacia abajo a la mesa mientras lloraba, sin decir nada, con una mirada lejana que sugerГ­a que estaba en otro lugar que no fuera el presente mental con su hermana y su padre.

–Cariño, lo siento —Reid se levantó para abrazarla, pero Maya llegó primero. Ella abrazó a su hermana menor mientras Sara sollozaba en su hombro. No había nada que Reid pudiera hacer más que pararse ahí torpemente y mirar. No hubo palabras de simpatía; cualquier expresión de cariño que pudiera ofrecer sería poco más que poner una tirita en un agujero de bala.

Maya cogió una servilleta de la mesa y frotó suavemente las mejillas de su hermana, alisando el pelo rubio de su frente. —Oye —dijo en un susurro—. ¿Por qué no subes y te acuestas un rato? Vendré a ver cómo estás pronto.

Sara asintiГі y resoplГі. Se levantГі sin decir nada de la mesa y saliГі del comedor hacia las escaleras.

–No quise molestarla…

Maya se giró hacia él con las manos en las caderas. —¿Entonces por qué fuiste y sacaste eso a relucir?

–¡Porque apenas me ha dicho dos palabras al respecto! —Reid dijo a la defensiva—. Quiero que sepa que puede hablar conmigo.

–No quiere hablar contigo de eso —Maya respondió—. ¡Ella no quiere hablar con nadie sobre eso!

–La Dra. Branson dijo que abrirse sobre un trauma pasado es terapéutico…

Maya se burló en voz alta. —¿Y crees que la Dra. Branson ha pasado alguna vez por algo como lo que pasó Sara?

Reid tomó un respiro, forzándose a calmarse y a no discutir. —Probablemente no. Pero trata a operativos de la CIA, personal militar, todo tipo de traumas y TEPT…

–Sara no es una agente de la CIA —dijo Maya con dureza—. No es una Boina Verde o un Navy Seal. Es una chica de catorce años. —Se pasó los dedos por el pelo y suspiró—. ¿Quieres saber? ¿Quieres hablar de lo que pasó? Aquí está: vimos el cuerpo del Sr. Thompson antes de que nos secuestraran. Estaba tirado justo ahí en el vestíbulo. Vimos a ese maníaco cortarle la garganta a la mujer del área de descanso. Parte de su sangre estaba en mis zapatos. Estábamos allí cuando los traficantes le dispararon a otra chica y dejaron su cuerpo en la grava. Ella estaba tratando de ayudarme a liberar a Sara. Me drogaron. Las dos casi fuimos violadas. Y Sara, de alguna manera encontró la fuerza para luchar contra dos hombres adultos, uno de los cuales tenía un arma, y se lanzó por la ventana de un tren a toda velocidad. —El pecho de Maya temblaba cuando terminó, pero no hubo lágrimas.

No estaba molesta por revivir los eventos del mes pasado. Estaba enfadada.

Reid se bajГі lentamente a una silla. SabГ­a la mayorГ­a de lo que ella le dijo por haber seguido el rastro para encontrar a las chicas, pero no tenГ­a ni idea de que otra chica habГ­a sido asesinada a tiros delante de ellas. Maya tenГ­a razГіn; Sara no estaba entrenada para lidiar con tales cosas. Ni siquiera era adulta. Era una adolescente que habГ­a experimentado cosas que cualquiera, entrenado o no, encontrarГ­a traumГЎticas.

–Cuando apareciste —continuó Maya, con la voz más baja ahora—, cuando realmente viniste por nosotras, fue como si fueras un superhéroe o algo así. Al principio. Pero luego… cuando tuvimos tiempo de pensarlo… nos dimos cuenta de que no sabemos qué más estás escondiendo. No estamos seguras de quién eres realmente. ¿Sabes lo aterrador que es eso?

–Maya —dijo suavemente—, no tienes que tener miedo de mí…

–Has matado gente —Ella se acurrucó un hombro—. Muchos de ellos. ¿Verdad?

–Yo… —Reid tuvo que recordarse a sí mismo de no mentirle. Había prometido que no lo haría más, siempre y cuando pudiera evitarlo. En lugar de eso, sólo asintió con la cabeza.

–Entonces no eres la persona que creíamos que eras. Eso va a tomar tiempo para acostumbrarse. Tienes que aceptarlo.

–Sigues diciendo «nosotras» —murmuró Reid—. ¿Ella habla contigo?

–Sí. A veces. Ha estado durmiendo en mi cama la semana pasada más o menos. Pesadillas.

Reid suspiró con tristeza. Se había ido la dinámica tranquila y contenta que su pequeña familia había disfrutado una vez. Se dio cuenta ahora de que las cosas habían cambiado para todos ellos y entre ellos… quizás para siempre.

–No sé qué hacer —admitió suavemente—. Quiero estar ahí para ella, para las dos. Quiero ser su apoyo cuando lo necesiten. Pero no puedo hacerlo si ella no me habla de lo que pasa por su cabeza. —Echó un vistazo a Maya y añadió—: Siempre te ha admirado. Tal vez ahora puedas ser un modelo a seguir para ella. Creo que volver a la rutina, a una vida normal, sería bueno para ambas. Al menos termina tus clases en Georgetown. Además, no es probable que te dejen entrar si reprobaste un semestre entero.

Maya se quedГі en silencio durante un largo momento. Al final dijo: Creo que ya no quiero ir a Georgetown.

Reid frunció el ceño. Georgetown había sido la mejor elección de universidades de ella desde que se mudaron a Virginia. —Entonces ¿dónde? ¿En la Universidad de Nueva York?

Negó con la cabeza. —No. Quiero ir a West Point.

–West Point —él repitió en blanco, completamente desorientado por su declaración—. ¿Quieres ir a una academia militar?

–Sí —dijo ella—. Voy a convertirme en un agente de la CIA.




CAPГЌTULO CUATRO


Reid se negГі. Estaba seguro de haberla escuchado bien, pero la combinaciГіn de palabras que salГ­an de su boca no tenГ­a mucho sentido para Г©l.

В«Me estГЎ dando cuerda, pensГі. Ella esperaba una discusiГіn y yo me resistГ­В». Esto era sГіlo ansiedad juvenil. TenГ­a que serlo.

–Tú… quieres ser un agente de la CIA —dijo lentamente—.

–Sí —dijo Maya—. Más específicamente, quiero asistir a la Universidad Nacional de Inteligencia en Bethesda. Pero para ello, primero tendría que ser miembro de las fuerzas armadas. Si voy a West Point en lugar de alistarme, me graduaré como subteniente y podré asistir a la NIU. Allí puedo obtener una maestría en inteligencia estratégica, y para ese momento tendría más de veintiún años, así que podría inscribirme en el programa de entrenamiento de campo de la agencia.

Las piernas de Reid se sentГ­an entumecidas. No sГіlo era muy obviamente serio, sino que ya habГ­a hecho una investigaciГіn exhaustiva para encontrar su mejor curso de acciГіn y educaciГіn.

Pero de ninguna manera dejarГ­a que su hija eligiera ese camino.

–No —dijo simplemente. Todas las demás palabras parecían fallarle—. No. De ninguna manera. Eso no va a suceder.

Las cejas de Maya se dispararon al unísono. —¿Disculpa? —dijo ella con brusquedad.

Reid respirГі hondo. Ella era testaruda, asГ­ que Г©l tendrГ­a que decГ­rselo con mГЎs cuidado que eso. Pero su respuesta fue un inequГ­voco y rotundo В«noВ». No despuГ©s de todo lo que habГ­a visto y todo lo que habГ­a hecho.

–No ha pasado tanto tiempo desde… el incidente —dijo—. Todavía está fresco en tu mente. Antes de tomar una decisión como esta, necesitas considerar todos los ángulos. Termina tus clases. Gradúate en el instituto. Aplica a las universidades. Y podemos revisar todo esto más tarde. —Sonrió tan agradablemente como pudo.

Maya no lo hizo. —No puedes dictarme la vida de esa manera —dijo acaloradamente.

–En realidad, sí —respondió Reid. Se irritó rápidamente—. Todavía eres menor de edad.

–No por mucho tiempo —respondió—.  Déjame decirte lo que va a pasar. No voy a volver a esas clases en Georgetown. De hecho, no volveré a la escuela hasta septiembre. Reprobaré mi semestre de primavera y tendré que volver a tomar todos esos cursos. Tendré diecisiete años el mes que viene, lo que significa que para cuando me gradúe tendré dieciocho. Y entonces ya no me dirás dónde puedo ir o qué puedo hacer. —Se cruzó de brazos para acentuar su punto.

Reid se pellizcó el puente de su nariz. —No puedes saltarte tres meses de escuela. ¿Y qué hay de todas estas sesiones de estudio que has estado haciendo? Todo ese tiempo sería una pérdida de tiempo.

–No he estado yendo a las sesiones de estudio —admitió ella.

La miró con atención. —¿Así que me has estado mintiendo? ¿Después de todo? —Se burló con consternación—. Entonces ¿a dónde has estado yendo?

–Después de que me dejas, voy al centro de recreación —le dijo ella con naturalidad—. Hay una clase de autodefensa ahí algunas veces a la semana. La imparte un exmarine. También he estado leyendo sobre contrainteligencia y tácticas de espionaje.

Él negó con la cabeza. —No puedo creerlo. Pensé que no íbamos a tener más secretos entre nosotros. —Incluso mientras lo decía, un doloroso recuerdo se reflejaba en su mente: el asesinato de Kate, la verdad sobre su madre. Aún no se lo había dicho, a pesar de su promesa de cesar la mentira y la farsa. Le mataba el ocultarlo de ellas, pero tras el incidente era demasiado pronto para revelar algo tan horrible. Ahora, cuatro semanas después, temía que fuera demasiado tarde y que se enfadaran con él por ocultárselo durante tanto tiempo.

–Sabía que reaccionarías así —dijo Maya—. Por eso no te dije la verdad. Pero te la estoy diciendo ahora. Eso es lo que quiero hacer. Eso es lo que voy a hacer.

–Cuando tenías siete años querías ser bailarina de ballet —le dijo Reid—. ¿Recuerdas eso? Cuando tenías diez años querías ser veterinaria. A los trece querías ser abogado, todo porque vimos una película sobre un juicio por asesinato…

–¡No seas indulgente conmigo! —Maya saltó de su asiento, poniéndose de pie delante de él con un dedo de advertencia y un brillo en su cara.

Reid se reclinГі en su asiento, sorprendido por su arrebato. Apenas podГ­a estar enfadado con ella, tan sorprendido como estaba por la fuerza de su reacciГіn.

–Este no es el sueño de una niña de cuento de hadas —dijo rápidamente, con la voz baja—.  Esto es lo que quiero. Ahora lo sé. Al igual que sé lo que mantiene a Sara despierta por la noche. Tiene pesadillas sobre su experiencia, sobre lo que pasó. Lo que sobrevivió. Pero eso no es lo que me traumatiza. Lo que me mantiene despierta es saber que todavía está pasando ahí fuera ahora mismo. Lo que vi y lo que pasé es la vida de alguien. Mientras estoy en mi cama caliente, o comiendo pizza, o yendo a clases, hay mujeres y niños ahí fuera viviendo todos los días así, hasta que mueren.

Maya puso un pie en la silla y tirГі de la pierna de su pijama hasta la rodilla. En su pantorrilla habГ­a delgadas cicatrices marrГіn-rojizo que deletreaban tres palabras: ROJO. 23. POLO. Fue el mensaje que se habГ­a grabado en su propia pierna en los momentos antes de que las drogas de los traficantes se apoderaran de ella; el mensaje que proporcionГі una pista de dГіnde habГ­an llevado a Sara.

–Puedes fingir que esto es sólo una fase si quieres —Maya siguió adelante—. Pero estas cicatrices no van a ninguna parte. Las tendré por el resto de mi vida, y cada vez que las veo me recuerda que lo que me pasó a mí sigue pasando a otros. Todo lo que hice fue darme cuenta de que, si quiero que termine, la mejor manera de hacerlo es ser parte de la gente que intenta detenerlo. —Bajó la tela del pijama otra vez.

La garganta de Reid se sentía seca. No podía contrarrestar su argumento más de lo que podía consentir. Algo que Maria le había dicho una vez le pasó por la mente: «No puedes salvar a todos». Pero podía salvar a su hija de vivir el tipo de vida que le habían impuesto. —Lo siento —dijo al final—. Pero por muy nobles que sean sus intenciones, no puedo apoyar esto. Y no lo haré.

–No necesito tu apoyo —declaró Maya—. Sólo pensé que deberías saber la verdad. —Salió furiosa del comedor, con los pies descalzos subiendo las escaleras. Un momento después, una puerta se cerró de golpe.

Reid se desplomГі en su silla y suspirГі. La pizza estaba frГ­a. Una hija fue perturbada en silencio y la otra estaba decidida a enfrentarse al inframundo. La psicГіloga, la Dra. Branson, le habГ­a dicho que tuviera paciencia con Sara; ella habГ­a dicho que el tiempo lo cura todo, pero en cambio Г©l habГ­a presionado el tema y la habГ­a molestado de nuevo. AdemГЎs, la intenciГіn de Maya de unirse a la CIA era lo Гєltimo que esperaba oГ­r.

De una manera extraГ±a, admiraba su habilidad para canalizar el trauma que habГ­a experimentado en una causa. Pero simplemente no podГ­a estar de acuerdo con los medios que ella habГ­a elegido. PensГі en todo lo que habГ­a visto y en las heridas que habГ­a sufrido. Las cosas que tenГ­a que hacer y las amenazas que tenГ­a que detener. La gente que habГ­a ayudado, y todos los que habГ­a dejado rotos o muertos en el camino.

Reid se dio cuenta de repente de que no tenГ­a ni idea de lo que le habГ­a inspirado a unirse a la CIA en primer lugar. Sus propias motivaciones se habГ­an perdido hace tiempo, empujadas en los mГЎs oscuros recovecos de su mente por el supresor de memoria experimental. Era posible que nunca recordara por quГ© se convirtiГі en el agente de la CIA Kent Steele.

В«Sabes que eso no es verdadВ», se dijo a sГ­ mismo. В«PodrГ­a haber una maneraВ».


*

La oficina de Reid estaba en el segundo piso de la casa, el mГЎs pequeГ±o de los dormitorios que habГ­a equipado con su escritorio, estantes y una impresionante colecciГіn de libros. DeberГ­a haber estado preparando su conferencia del lunes sobre la Reforma Protestante y la Guerra de los Treinta AГ±os. Como profesor adjunto de historia europea en la Universidad de Georgetown, el compromiso de Reid era apenas a tiempo parcial, pero aun asГ­ anhelaba el aula. Representaba una vuelta a la normalidad, como querГ­a para sus niГ±as. Pero esa tarea tendrГ­a que esperar.

En su lugar, Reid colocГі reverentemente un disco oscuro en el eje de un viejo fonГіgrafo en la esquina y bajГі la aguja. CerrГі los ojos cuando empezГі el Concierto de Piano nВє 21 de Mozart, lento y melГіdico, como un deshielo primaveral despuГ©s del largo invierno. SonriГі. La mГЎquina tenГ­a mГЎs de setenta y cinco aГ±os, pero aГєn funcionaba perfectamente. HabГ­a sido un regalo de Kate en su quinto aniversario de bodas; ella habГ­a encontrado el destartalado fonГіgrafo en un bazar por un precio de seis dГіlares, y luego pagГі mГЎs de doscientos para restaurarlo hasta casi su antigua gloria.

В«Kate. Su sonrisa se desvaneciГі en una muecaВ».

«Estás en el sitio negro en Marruecos, apodado “El Infierno Seis”. Interrogando a un conocido terrorista».

В«Hay una llamada para ti. Es el subdirector Cartwright. Tu jefeВ».

В«No se anda con rodeos. Tu esposa, Kate, fue asesinadaВ».

SucediГі cuando salГ­a del trabajo, caminando hacia su coche. A Kate le habГ­an dado una potente dosis de tetrodotoxina, tambiГ©n conocida como TTX, un potente veneno que causГі una repentina parГЎlisis del diafragma. Se asfixiГі en la calle y muriГі en menos de un minuto.

En las semanas transcurridas desde Europa del Este, Reid había revisado la memoria muchas veces o, mejor dicho, la memoria había regresado a él, forzando su camino al frente de su mente cuando menos se esperaba. Todo le recordaba a Kate, desde los muebles de su sala de estar hasta el olor que de alguna manera aún permanecía en su almohada; desde el color de los ojos de Sara hasta el anguloso mentón de Maya. Ella estaba en todas partes… y también lo estaba la mentira que ocultaba de sus chicas.

HabГ­a intentado varias veces recordar mГЎs, pero no estaba seguro de saber mГЎs que eso. DespuГ©s del asesinato de su esposa, Kent Steele habГ­a hecho un peligroso alboroto a travГ©s de Europa y el Medio Oriente, matando a montones de personas que estaban asociadas con la organizaciГіn terrorista AmГіn. Luego vino el supresor de la memoria, y los dos aГ±os subsiguientes de extraГ±a y dichosa ignorancia.

Reid fue al armario en el rincГіn mГЎs alejado de la habitaciГіn. Dentro habГ­a una pequeГ±a bolsa negra, lo que los agentes de la CIA llamaban bolsa de escape. En ella estaba todo lo que un operativo necesitarГ­a para permanecer a oscuras por un tiempo indeterminado, si la situaciГіn lo requiriera. Esta bolsa en particular habГ­a pertenecido a su antiguo mejor amigo, el ahora fallecido agente Alan Reidigger. Reid tenГ­a pocos recuerdos del hombre, pero sabГ­a lo suficiente para saber que Reidigger le habГ­a ayudado en un momento de necesidad y lo habГ­a pagado con su vida.

Lo mГЎs importante, en la bolsa habГ­a una carta. La sacГі, los pliegues de la tercera longitud bien desgastados por el tiempo y la relectura.

Oye Cero, la carta comenzaba profГ©ticamente. Si estГЎs leyendo esto, probablemente estoy muerto.

Se saltГі un par de pГЎrrafos en la hoja.

La CIA quería arrestarte, pero no me escuchaste. No fue sólo por tu camino de guerra. Había algo más, algo que estabas a punto de encontrar – demasiado cerca. No puedo decirte lo que fue porque ni siquiera yo lo sé. No me lo dijiste, así que debe haber sido algo pesado.

Reid creía que sabía a qué se refería Reidigger —la conspiración. Un breve destello de memoria que había recuperado mientras rastreaba al Imán Khalil y el virus de la viruela le había mostrado que sabía algo antes de que le implantaran el supresor en su cabeza.

CerrГі los ojos y volviГі al recuerdo:

В«El sitio negro de la CIA en Marruecos. DesignaciГіn I-6, alias Infierno Seis. Un interrogatorio. Le arrancas las uГ±as a un hombre ГЎrabe para obtener informaciГіn sobre el paradero de un fabricante de bombasВ».

В«Entre gritos y quejidos e insistencias que no sabe, surge algo mГЎs: una guerra pendiente. Algo grande que se avecina. Una conspiraciГіn, planeada por el gobierno de los Estados UnidosВ».

В«No le crees. No al principio. Pero no podГ­as dejarlo pasarВ».

Г‰l sabГ­a algo en ese entonces. Como un rompecabezas, habГ­a empezado a armarlo. Entonces apareciГі AmГіn. El asesinato de Kate sucediГі. Г‰l se distrajo, y aunque jurГі volver a ello, nunca tuvo la oportunidad.

LeyГі el resto de la carta de Alan:

Sea lo que sea, sigue ahí, encerrado en tu cerebro en alguna parte. Si alguna vez lo necesitas, hay una manera. El neurocirujano que instaló el implante, su nombre es Dr. Guyer. La última vez que practicó fue en Zúrich. Podría devolverlo todo, si quieres. O podría reprimirlos todos de nuevo, si quieres hacerlo. La elección es tuya. Buena suerte, Cero. – Alan

Reid no podГ­a recordar cuГЎntas veces se habГ­a sentado frente a la computadora o a su telГ©fono e intentГі motivar a sus dedos para que escribieran el nombre del Dr. Guyer en una barra de bГєsqueda. Su deseo de recuperar la memoria, no, su necesidad de recuperarla se hacГ­a mГЎs intensa cada semana que pasaba, hasta el punto de que era urgente que supiera lo mucho que no sabГ­a. Necesitaba ser capaz de recordar su propio pasado.

В«Pero no puedo dejar a las chicasВ». DespuГ©s del incidente, no habГ­a forma de que pudiera levantarse e irse a Suiza. Se pondrГ­a neurГіtico con respecto a su seguridad, incluso con los implantes de rastreo. Incluso con el agente Strickland cuidГЎndolas. AdemГЎs, ВїquГ© pensarГ­an? Maya nunca creerГ­a que es para un procedimiento mГ©dico. Ella pensarГ­a que Г©l estaba haciendo trabajo de campo otra vez.

В«AsГ­ que llГ©valasВ». El pensamiento entrГі en su cabeza tan fГЎcilmente que casi se burlГі de sГ­ mismo por no haberlo pensado antes. Pero luego lo descartГі igual de rГЎpido. ВїQuГ© hay de su trabajo? ВїQuГ© hay de las sesiones de terapia de Sara? ВїNo habГ­a intentado convencer a Maya de que volviera a la escuela?

В«No lo pienses demasiadoВ», se dijo a sГ­ mismo. ВїNo era la soluciГіn mГЎs simple la que normalmente era la correcta? No era como si nada hubiera funcionado para sacar a Sara de su depresiГіn, y Maya parecГ­a decidida a ser testaruda, como siempre.

Reid empujГі el bolso de Reidigger al armario y se puso en pie. Antes de que pudiera convencerse de cambiar de opiniГіn, caminГі por el pasillo hasta la habitaciГіn de Maya y llamГі rГЎpidamente a su puerta.

Ella lo abrió y cruzó los brazos, claramente aún descontenta con él. —¿Sí?

–Vámonos de viaje.

Ella le parpadeó. —¿Qué?

–Vámonos de viaje, los tres —dijo de nuevo, pasando a su lado en el dormitorio—. Mira, me equivoqué al mencionar el incidente. Ahora lo veo. Sara no necesita que se lo recuerden; necesita lo contrario. —Estaba desvariando, gesticulando con las manos, pero siguió adelante—.  Este último mes, todo lo que ha hecho es recostarse y pensar en lo que pasó. Tal vez lo que necesita es una distracción. Tal vez sólo necesita hacer algunos recuerdos agradables para recordar lo buenas que pueden ser las cosas.

Maya frunció el ceño como si luchara por seguir su lógica. —Así que quieres ir de viaje. ¿A dónde?

–Vamos a esquiar —respondió—. ¿Recuerdas cuando fuimos a Vermont, hace unos cuatro o cinco años? ¿Recuerdas cuánto le gustaba a Sara la pendiente del conejo?

–Lo recuerdo —dijo Maya—, pero papá, es abril. La temporada de esquí ha terminado.

– No en los Alpes, allí no.

Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza. —¿Quieres ir a los Alpes?

–Sí. Suiza, para ser específicos. Y sé que piensas que esto es una locura, pero estoy pensando claramente aquí. No nos estamos haciendo ningún favor estancándonos aquí. Necesitamos un cambio de escenario, especialmente Sara.

–Pero… ¿qué hay de tu trabajo?

Reid se encogió de hombros. —Haré novillos.

–Ya nadie dice eso.

–Me preocuparé de qué decirle a la universidad —dijo—. «Y a la agencia». La familia es lo primero. —Reid estaba casi seguro de que la CIA no iba a despedirlo por pedirle un tiempo libre para estar con sus chicas. De hecho, estaba bastante seguro de que no le dejarían dimitir, aunque lo intentara—. El yeso de Sara se lo quitan mañana. Podemos ir esta semana. ¿Qué dices?

Maya frunció los labios con fuerza. Él conocía esa mirada; ella estaba haciendo todo lo posible para contener una sonrisa. Aún no estaba exactamente satisfecha con la forma en que él había manejado sus noticias de antes. Pero asintió con la cabeza. —Está bien. Tiene sentido. Sí, hagamos un viaje.

–Grandioso —Reid la agarró por los hombros y plantó un beso en la frente de su hija antes de que pudiera retorcerse. Al salir de su habitación, miró hacia atrás y definitivamente la sorprendió sonriendo.

Se metiГі en la habitaciГіn de Sara y la encontrГі tirada de espaldas, mirando al techo. Ella no lo mirГі cuando entrГі y se arrodillГі al lado de su cama.

–Oye —dijo en un susurro cercano—. Siento lo que pasó en la cena. Pero tengo una idea. ¿Qué dirías de que nos vayamos de viaje? Sólo tú, Maya y yo, e iremos a un lugar bonito, a un lugar lejano. ¿Te gustaría eso?

Sara inclinГі la cabeza hacia Г©l, lo suficiente para que su mirada se encontrara con la de Г©l. Luego asintiГі ligeramente.

–¿Sí? Bien. Entonces eso es lo que haremos. —Se acercó y tomó la mano de ella en la suya, y estaba bastante seguro de que sintió un ligero apretón de sus dedos.

В«Esto funcionarГЎВ», se dijo a sГ­ mismo. Por primera vez en un tiempo se sintiГі bien con algo.

Y las chicas no necesitaban saber sobre su motivo oculto.




CAPГЌTULO CINCO


Maria Johansson caminГі por la explanada del aeropuerto AtatГјrk de Estambul en TurquГ­a y abriГі la puerta del baГ±o de mujeres. HabГ­a pasado los Гєltimos dГ­as siguiendo la pista de tres periodistas israelГ­es que habГ­an desaparecido mientras cubrГ­an la historia de la secta de fanГЎticos del ImГЎn Khalil, los que casi habГ­an desatado un virus mortal de viruela en el mundo desarrollado. Se sospechaba que la desapariciГіn de los periodistas podrГ­a haber tenido algo que ver con los seguidores supervivientes de Khalil, pero su rastro se habГ­a enfriado en el Irak, cerca de su destino en Bagdad.

Dudaba mucho de que fueran a ser encontrados, no a menos que quien fuera responsable de su desapariciГіn reclamara la responsabilidad. Sus Гіrdenes actuales eran hacer un seguimiento de una presunta fuente que el periodista tenГ­a aquГ­ en Estambul, y luego regresar a la sede regional de la CIA en ZГєrich donde serГ­a interrogada y posiblemente reasignada, si la operaciГіn se consideraba terminada.

Pero mientras tanto, tenГ­a otra reuniГіn a la que asistir.

En el baГ±o, Maria abriГі su bolso y sacГі una bolsa impermeable de plГЎstico grueso. Antes de sellar su telГ©fono de la CIA dentro de ella, llamГі al buzГіn de voz de su lГ­nea privada

No hubo mensajes nuevos. ParecГ­a que Kent habГ­a renunciado a intentar contactarla. Le habГ­a dejado varios mensajes de voz en las Гєltimas semanas, uno cada varios dГ­as. En los breves y unilaterales recortes le hablГі de sus hijas, de cГіmo Sara todavГ­a estaba lidiando con el trauma de los eventos que habГ­a soportado. MencionГі su trabajo para la DivisiГіn de Recursos Nacionales y lo insГ­pido que era comparado con el trabajo de campo. Le dijo que la echaba de menos.

Fue un pequeГ±o alivio que se rindiera. Al menos no tendrГ­a que escuchar el sonido de su voz y darse cuenta de cuГЎnto lo extraГ±aba tambiГ©n.

Maria sellГі el telГ©fono dentro de la bolsa de plГЎstico y lo bajГі con cuidado en el tanque del baГ±o antes de volver a poner la tapa. No quiso arriesgarse a ser escuchada indiscretamente.

Luego saliГі del baГ±o y se dirigiГі a la terminal, a una puerta con muchas personas dando vueltas. La junta de vuelo anunciГі que el aviГіn a Kiev saldrГ­a en una hora y media.

Se sentГі en una silla de plГЎstico rГ­gido en una fila de seis. El hombre ya estaba detrГЎs de ella, sentado en la fila opuesta mirando en la otra direcciГіn con una revista de automГіviles abierta delante de su cara.

–Caléndula —dijo, con una voz ronca pero baja—. Reporte.

–No hay nada que reportar —respondió en ucraniano—. El agente Cero está de vuelta en casa con su familia. Me ha estado evitando desde entonces.

–¿Oh? —dijo el ucraniano con curiosidad—. ¿Lo ha hecho? ¿O has estado evitándolo?

Maria frunció el ceño, pero no se volteó a mirar al hombre. Sólo diría tal cosa si supiera que es verdad. —¿Has intervenido mi teléfono privado?

–Por supuesto —dijo el ucraniano con franqueza—.  Parece que el agente Cero tiene muchas ganas de hablar contigo. ¿Por qué no te has puesto en contacto con él?

No es que fuera asunto del ucraniano, pero Maria habГ­a estado esquivando a Kent por la simple razГіn de que le habГ­a mentido, no una vez, sino dos veces. Ella le habГ­a dicho que los ucranianos con los que trabajaba eran miembros del Servicio de Inteligencia Exterior. Aunque algunos de su facciГіn podrГ­an haberlo sido, en un momento dado, eran tan leales al FIS como ella a la CIA.

La segunda mentira era que ella dejarГ­a de trabajar con ellos. Kent habГ­a dejado clara su desconfianza en los ucranianos mientras iban en camino a rescatar a sus hijas, y Maria habГ­a acordado, a medias, que pondrГ­a fin a la relaciГіn.

No lo habГ­a hecho. TodavГ­a no. Pero eso fue parte de la razГіn de la reuniГіn en Estambul; no era demasiado tarde para cumplir su palabra.

–Hemos terminado —dijo simplemente—. He terminado de trabajar contigo. Tú sabes lo que yo sé, y yo sé lo que tú sabes. Podemos intercambiar información para construir un caso, pero ya terminé de hacer tus mandados. Y voy a dejar a Cero fuera de esto.

El ucraniano se quedó en silencio durante un largo momento. Ocasionalmente, pasaba la página de su revista de autos como si la estuviera leyendo. —¿Estás segura? —preguntó—.  Recientemente ha salido a la luz nueva información.

La ceja de Maria se levantó instintivamente, aunque estaba segura de que esto era sólo una treta para mantenerla en su puesto. —¿Qué clase de nueva información?

–Información que quieres —dijo el hombre crípticamente. Maria no pudo ver su cara, pero le dio la impresión, por su tono, de que estaba sonriendo.

–Estás fingiendo —dijo ella sin rodeos.

–No lo estoy —le aseguró—.  Conocemos su posición. Y sabemos lo que podría pasar si se mantiene en su posición.

El pulso de Maria se acelerГі. No querГ­a creerle, pero no tenГ­a otra opciГіn. Su participaciГіn en el descubrimiento de la conspiraciГіn, su decisiГіn de trabajar con ellos e intentar obtener informaciГіn de la CIA, fue mГЎs que una cuestiГіn de hacer lo correcto. Por supuesto, ella querГ­a evitar la guerra, para evitar que los perpetradores obtuvieran ganancias mal habidas, para evitar que personas inocentes fueran lastimadas. Pero mГЎs que eso, ella tenГ­a un interГ©s personal en la trama.

Su padre era miembro del Consejo de Seguridad Nacional, un funcionario de alto rango en asuntos internacionales. Y aunque le avergonzaba incluso pensarlo, su mayor prioridad, mГЎs grande que salvar vidas o evitar que los Estados Unidos iniciaran una guerra, era averiguar si Г©l estaba en esto, si era un cГіmplice y, si no lo era, mantenerlo a salvo de los que se saldrГ­an con la suya por cualquier medio necesario.

No era como si Maria pudiera simplemente llamarlo y preguntarle. Su relaciГіn era algo tensa, limitada principalmente a bromas profesionales, charlas sobre legislaciГіn, y ocasionalmente a una breve puesta al dГ­a de la vida personal. AdemГЎs, si Г©l estaba al tanto de la trama, no tendrГ­a razГіn para admitirlo abiertamente ante ella. Si no lo estuviera, querrГ­a tomar medidas; era un hombre decidido que creГ­a en la justicia y en el sistema legal. Maria tendГ­a a inclinarse hacia lo cГ­nico, y como resultado, a ser cautelosa.

–¿Qué quieres decir con «lo que podría pasar»? —exigió. La críptica declaración del ucraniano parecía sugerir que su padre no era el más sabio, mientras que también llevaba consigo un cierto peso de amenaza.

–No lo sabemos —respondió simplemente.

–¿Cómo se enteraron de esto?

–Correos electrónicos —dijo el ucraniano—, obtenidos de un servidor privado. Se mencionó su nombre, junto con otros que… pueden no obedecer.

–¿Como una lista de objetivos? —preguntó ella firmemente.

–No está claro.

La frustración se apoderó de su pecho. —Quiero leer estos correos electrónicos. Quiero verlos por mí misma.

–Y puedes —le aseguró el ucraniano—. Pero no si insistes en romper los lazos con nosotros. Te necesitamos, Caléndula. Tú nos necesitas. Y todos necesitamos al Agente Cero.

Ella suspiró. —No. Déjalo fuera de esto. Está en casa con su familia. Ahí es donde tiene que estar su enfoque ahora mismo. Ya ni siquiera es un agente…

–Sin embargo, todavía trabaja para la CIA.

–No tiene lealtad hacia ellos…

–Pero él tiene una lealtad hacia ti.

Maria se burló. —Ni siquiera recuerda lo suficiente para darle sentido a lo poco que sabe.

–Los recuerdos siguen ahí, en su cabeza. Eventualmente él recordará, y cuando lo haga, tú tienes que estar ahí. ¿No lo ves? Cuando esa información regrese a él, no tendrá otra opción que actuar. Te necesitará allí para guiarlo, y necesitará nuestros recursos si quiere hacer algo significativo al respecto. —El ucraniano hizo una pausa antes de añadir—: La información en la mente del agente Cero podría proporcionar las piezas que nos faltan, o al menos llevarnos a una prueba. Una forma de detener esto. Esa es la cuestión, ¿no?

–Por supuesto que sí —murmuró Maria. Aunque no era la única razón por la que había accedido a trabajar con los ucranianos, era primordial detener la guerra y la matanza innecesaria antes de que comenzara, y evitar que la gente equivocada obtuviera el tipo de poder que históricamente llevó a conflictos mucho más grandes. Sin embargo, ella sacudió la cabeza—.  Independientemente de lo que yo quiera, tú sólo quieres usarlo.

–Tener al principal agente de la CIA volviéndose contra su gobierno sería realmente útil —admitió el hombre—. Pero ese no es nuestro objetivo. —Se atrevió a girar ligeramente en su dirección, lo suficiente para murmurar—: Aquí no somos tu enemigo.

Ella querГ­a creer eso. Pero continuar trabajando con ellos cuando le habГ­a prometido a Kent que cortarГ­a los lazos hizo que se sintiera como si fuera, como Г©l la habГ­a acusado una vez, un agente doble, pero en contra de Г©l, no de la CIA.

–Me ocuparé de Cero —dijo ella—, pero quiero esos emails, y cualquier otra información que tengas sobre mi padre.

–Y lo tendrás, tan pronto como traigas algo nuevo y útil a la mesa. —El hombre hizo un gesto de mirar hacia abajo a su reloj—.  Hablando de eso, creo que pronto estarás de vuelta en el cuartel general regional de la CIA… Eso es en Zúrich, ¿verdad? Puede que quieras preguntar sobre el paradero del Agente Cero. Si no me equivoco, no estará lejos.

–¿Está en Europa? —Maria estaba tan sorprendida que se retorció a la mitad de su asiento—. ¿Lo estás espiando?

Se encogió de hombros. —La actividad reciente de su tarjeta de crédito mostró tres boletos de avión a Suiza.

«¿Tres?» Maria pensó. No era trabajo de campo; era un viaje. Kent y sus dos chicas, lo más probable. «¿Pero por qué Suiza?» se preguntó. Se le ocurrió una idea… «¿Intentaría hacer eso? ¿Está listo?»

El ucraniano se puso de pie, se abrochó el abrigo y metió su revista bajo un brazo. —Ve hacia él. Consíguenos algo útil. El tiempo se está acabando; si no lo haces tú, lo haremos nosotros.

–No te atrevas a enviar a nadie cerca de él o de sus chicas —amenazó Maria.

Sonrió con suficiencia. —Entonces no nos fuerces la mano. Adiós, Caléndula. —Asintió con la cabeza una vez y se alejó por la terminal.

Maria se hundió en la silla y suspiró derrotada. Sabía muy bien que un solo recuerdo renovado podría desencadenar la naturaleza obsesiva de Kent, y que él se hundiría de nuevo en la madriguera de la conspiración y el engaño en busca de respuestas. Ella había visto de primera mano cómo Kent había pasado por un infierno para recuperar a su familia… pero también sabía que el conocimiento que una vez tuvo los destrozaría de nuevo.

AhГ­, en la terminal del aeropuerto AtatГјrk de Estambul, se propuso un objetivo: ella era la responsable de meterlo en esto, asГ­ que se asegurarГ­a de estar ahГ­ si Г©l lo recordaba o cuando lo hiciera. Y de detenerlo si fuera necesario.




CAPГЌTULO SEIS


—Maya, mira. —Sara le dio un empujón a su hermana mayor en el brazo y gesticuló por la ventana mientras el avión se desviaba a través de una nube en su descenso hacia el aeropuerto de Zúrich. El cielo se abrió y las crestas blancas de los Alpes suizos eran visibles en la distancia.

–Es genial, ¿verdad? —Maya dijo con una sonrisa. Reid, en el asiento del pasillo, apenas podía creer lo que veía, una fina sonrisa se iluminó en la cara de Sara también.

En los tres dГ­as desde que anunciГі el viaje por primera vez, Sara habГ­a aceptado, pero apenas parecГ­a emocionada de ir. HabГ­a dormido durante la mayor parte del vuelo de ocho horas y apenas hablГі en los breves intervalos en que estuvo despierta. Pero a medida que descendГ­an a tierra y Sara podГ­a ver los picos escarpados de los Alpes y la ciudad de ZГєrich debajo de ellos, algo de vida parecГ­a filtrarse en ella. HabГ­a una sonrisa en su cara y color en sus mejillas por primera vez en un tiempo, y Reid no podГ­a estar mГЎs contento.

DespuГ©s de desembarcar y pasar la aduana, esperaron junto al carrusel de equipaje por sus maletas. Reid sintiГі que la mano de Sara se deslizaba en la suya. Estaba asombrado, pero intentГі no mostrarlo.

–¿Podemos esquiar hoy? —le preguntó.

–Sí. Por supuesto —le dijo a ella—. Podemos hacer lo que quieras, cariño.

AsintiГі sombrГ­amente, como si el pensamiento hubiera estado pesando en su mente. Los dedos de ella apretaron los suyos mientras sus maletas hacГ­an una perezosa rotaciГіn hacia ellos.

Desde ZГєrich tomaron un tren hacia el sur, a menos de dos horas de viaje a la ciudad alpina de Engelberg. HabГ­a no menos de veintisГ©is hoteles y refugios de esquГ­ en la cercana montaГ±a de Titlis, el mayor pico de los Alpes Uri a mГЎs de novecientos metros sobre el nivel del mar.

Naturalmente, Reid compartiГі todo esto con las chicas.

–…y también el hogar del primer teleférico del mundo —les dijo mientras caminaban de la estación de tren a su alojamiento—. Oh, y en la ciudad hay un monasterio del siglo XII llamado Kloster Engelberg, uno de los más antiguos monasterios suizos que aún se mantienen en pie…

–Vaya —interrumpió Maya—. ¿Es este el lugar?

Reid habГ­a elegido uno de los alojamientos mГЎs rГєsticos para su hospedaje; un poco anticuado, sin duda, pero encantador y acogedor, a diferencia de algunos de los grandes hoteles de estilo americano que habГ­an aparecido en los Гєltimos aГ±os. Se registraron y se instalaron en su habitaciГіn, que tenГ­a dos camas, una chimenea con dos sillones enfrente y una vista impresionante de la cara sur de Titlis.

–Oye, hay una cosa que quiero decir antes de que salgamos —dijo Reid mientras desempacaban y se preparaban para las pistas—. No quiero que ustedes dos se alejen por su cuenta.

–Papá… —Maya puso los ojos en blanco.

–No se trata de eso —dijo rápidamente—. Este viaje se supone que es para pasar un tiempo de calidad y divertirnos, y eso significa permanecer juntos. ¿De acuerdo?

Sara asintiГі.

–Sí, está bien —Maya estuvo de acuerdo.

–Bien. Entonces cambiémonos —No era una mentira, no realmente; él quería que se divirtieran juntos, y no quería que vagaran por sí mismas por razones de seguridad que no tenían nada que ver con el incidente. Al menos eso es lo que se dijo a sí mismo.

TodavГ­a no tenГ­a idea de cГіmo iba a cumplir su otra tarea, la razГіn subyacente para venir a Suiza y quedarse en un lugar tan cercano a ZГєrich. Pero tenГ­a tiempo de averiguar esa parte.

Treinta minutos despuГ©s los tres estaban en un telesquГ­, subiendo por una de las muchas de pistas de Titlis. Reid habГ­a escogido una pista verde para principiantes para que se iniciaran; ninguno de ellos habГ­a estado esquiando en aГ±os, desde el viaje familiar a Vermont.

La culpa apuГ±alГі el pecho de Reid al pensar en esas vacaciones. Kate estaba viva en ese momento. Ese viaje se habГ­a sentido perfecto, como si nada malo pudiera pasar entre ellos. Deseaba poder volver a esa Г©poca, disfrutarla de nuevo, tal vez incluso advertirse a sГ­ mismo sobre lo que vendrГ­a, o cambiar el resultado para que nunca ocurriera.

SacudiГі el pensamiento de su cabeza. No tenГ­a sentido insistir en ello. HabГ­a sucedido, y ahora necesitaba estar ahГ­ para sus hijas para asegurarse de que el pasado no se repitiera.

En la cima de la suave pendiente, un instructor de esquГ­ con barba les dio algunos consejos de actualizaciГіn sobre cГіmo reducir la velocidad, cГіmo detenerse y cГіmo girar. Las chicas se tomaron su tiempo, inestables en las botas de esquГ­ bloqueadas en los talones.

Pero tan pronto como Reid se apartГі con los postes y comenzГі a deslizarse sobre el polvo, su cuerpo reaccionГі como si lo hubiera hecho mil veces. La Гєnica vez que habГ­a estado esquiando fue en el viaje familiar cinco aГ±os antes, pero la forma en que simplemente sabГ­a moverse sin pensar, sus piernas y torso ajustГЎndose sutilmente para tejer a la izquierda y a la derecha, le dijo que habГ­a hecho esto muchas mГЎs veces que una vez. DespuГ©s de la primera carrera, no dudГі que podГ­a manejar una ruta de diamantes negros sin mucha dificultad.

Aun asГ­, hizo lo posible por ocultarlo y se mantuvo al ritmo de las chicas. ParecГ­a que se lo estaban pasando muy bien, Maya riГ©ndose de cada tambaleo y casi caГ­da, y Sara con una sonrisa omnipresente en su cara.

En su tercera carrera por la ladera de principiante, Reid empezó entre ambas. Luego dobló sus piernas ligeramente, inclinándose en el descenso, y metió los palos bajo sus axilas. —¡Carrera hasta el fondo! —gritó mientras ganaba velocidad.

–¡Tú lo pediste, viejo! —Maya se echó a reír detrás de él.

–¿Viejo? Veremos quién se ríe cuando te patee el trasero… —Reid miró por encima del hombro justo a tiempo para ver el esquí izquierdo de Sara golpeando una pequeña berma de nieve compacta. Se deslizó por debajo de ella y ambos brazos se agitaron mientras ella caía de cara a la pendiente.

– ¡Sara! —Reid se detuvo. Se desabrochó las botas en segundos y le pasó por encima la pólvora—. Sara, ¿estás bien? —Acababa de quitarse el yeso; lo último que necesitaba era otra lesión para arruinar sus vacaciones.

Se arrodillГі y la volteГі. Su cara estaba roja y tenГ­a lГЎgrimas en los ojos, pero se estaba riendo.

–¿Estás bien? —preguntó otra vez.

–Sí —dijo ella entre risas—. Estoy bien.

La ayudГі a ponerse de pie y ella se secГі las lГЎgrimas de los ojos. Г‰l estaba mГЎs que aliviado de que ella estuviera bien, el sonido de su risa era como una mГєsica para su alma.

–¿Segura que estás bien? —preguntó por tercera vez.

–Sí, papá —Suspiró felizmente y se mantuvo firme en sus esquíes—. Prometo que estoy bien. No hay nada roto. A propósito… —Se empujó con ambos bastones y se envió a sí misma rápidamente por la ladera—. Todavía estamos corriendo, ¿verdad?

Desde cerca, Maya tambiГ©n se rio y partiГі tras su hermana.

–¡No es justo! —Reid habló después de ellas mientras volvía a sus esquís.

DespuГ©s de tres horas de cabalgar por las laderas, volvieron al albergue y encontraron asientos en la gran ГЎrea comГєn, frente a una chimenea rugiente lo suficientemente grande como para estacionar una motocicleta. Reid pidiГі tres tazas de chocolate caliente suizo, y bebieron con satisfacciГіn ante el fuego.

–Quiero probar un sendero azul mañana —anunció Sara.

–¿Estás segura, Chillona? Te acaban de quitar el yeso del brazo —se burló Maya.

–Tal vez en la tarde podamos ver la ciudad —ofreció Reid—. ¿Buscamos un lugar para cenar?

–Eso suena divertido —Sara estuvo de acuerdo.

–Claro, eso lo dices ahora —dijo Maya—, pero sabes que nos va a hacer ver ese monasterio.

–Oye, es importante conocer la historia de un lugar —dijo Reid—. Ese monasterio fue lo que inició este pueblo. Bueno, hasta la década de 1850, cuando se convirtió en un lugar de vacaciones para los turistas que buscaban lo que llamaban «curas al aire libre». Verás, en aquel entonces…

Maya se recostГі en su silla y fingiГі roncar fuerte.

–Ja, ja —se burló Reid—. Bien, dejaré de dictar charlas. ¿Quién quiere más? Vuelvo enseguida. —Recogió las tres tazas y se dirigió hacia el mostrador por más.

Mientras esperaba, no pudo evitar darse una palmadita mental en la espalda. Por primera vez en un tiempo, tal vez incluso desde que el supresor de la memoria fue eliminado, sintiГі que habГ­a hecho lo correcto por sus chicas. Todas se lo estaban pasando muy bien; los eventos del mes anterior ya parecГ­an convertirse en un recuerdo lejano. Esperaba que fuera algo mГЎs que temporal, y que la creaciГіn de nuevos y felices recuerdos sacara la ansiedad y la angustia de lo que habГ­a pasado.

Por supuesto, no era tan ingenuo como para creer que las chicas simplemente se olvidarГ­an del incidente. Era importante no olvidar; al igual que la historia, no querГ­a que se repitiera. Pero si eso sacaba a Sara de su depresiГіn melancГіlica y a Maya de vuelta a la escuela y a su futuro, entonces Г©l sentirГ­a que habГ­a hecho su trabajo como padre.

VolviГі a su sofГЎ y encontrГі a Maya pinchando su mГіvil y el asiento de Sara vacГ­o.

–Fue al baño —dijo Maya antes de que pudiera siquiera preguntar.

–No iba a preguntar —dijo tan despreocupadamente como pudo, dejando las tres tazas.

–Sí, claro —bromeó Maya.

Reid se enderezó y miró a su alrededor de todos modos. Por supuesto que iba a preguntar; si dependiera de él, ninguna de las chicas se apartaría de su vista. Miró a su alrededor, pasando por los otros turistas y esquiadores, los locales disfrutando de una bebida caliente, el personal que sirve a los clientes…

Un nudo de pГЎnico se hizo en su estГіmago cuando vio la espalda de la cabeza rubia de Sara en el suelo de la cabaГ±a. DetrГЎs de ella habГ­a un hombre con una parka negra, siguiГ©ndola o quizГЎs guiГЎndola.

Se acercГі rГЎpidamente, con los puГ±os a su lado. Su primer pensamiento fue inmediatamente de los traficantes eslovacos. В«Nos encontraronВ». Sus mГєsculos tensos estaban listos para una pelea, listos para desarmar a este hombre delante de todos. В«De alguna manera nos encontraron aquГ­, en las montaГ±asВ».

–Sara —dijo bruscamente.

Se detuvo y se girГі, con los ojos bien abiertos ante su tono de mando.

–¿Estás bien? —Él miró desde ella al hombre que la seguía. Tenía ojos oscuros, una barba de 3 días, gafas de esquí en la frente. No parecía eslovaco, pero Reid no se arriesgaría.

–Bien, papá. Este hombre me preguntó dónde estaban los baños —le dijo Sara.

El hombre levantó ambas manos a la defensiva, con las palmas hacia afuera. —Lo siento mucho —dijo, su acento sonaba alemán—. No quise hacer ningún daño…

–¿No podrías haberle preguntado a un adulto? —Reid dijo con fuerza, mirando al hombre al suelo.

–Le pregunté a la primera persona que vi —protestó el hombre.

–¿Y era una niña de catorce años? —Reid sacudió la cabeza—. ¿Con quién estás?

–¿Con? —preguntó el hombre desconcertado—. Estoy… con mi familia aquí.

–¿Sí? ¿Dónde están? Señálalos —exigió Reid.

–Yo-yo no quiero problemas.

–Papá —Reid sintió un tirón en su brazo—. Ya es suficiente, papá. —Maya le tiró de nuevo—. Es sólo un turista.

Reid entrecerró los ojos. —Será mejor que no te vuelva a ver cerca de mis chicas —advirtió—, o habrá problemas. —Se alejó del hombre asustado mientras Sara, desconcertada, se dirigía hacia el sofá.

Pero Maya se puso en su camino con las manos en las caderas. —¿Qué carajos fue eso?

Frunció el ceño. —Maya, cuida tu lenguaje…

–No, cuida el tuyo —le respondió—. Papá, estabas hablando en alemán hace un momento.

Reid parpadeó sorprendido. —¿Lo estaba? —Ni siquiera se había dado cuenta, pero el hombre de la parka negra se había disculpado en alemán y Reid simplemente le había respondido sin pensar.

–Vas a asustar a Sara de nuevo, haciendo cosas como esa —acusó Maya.

Sus hombros se aflojaron. —Tienes razón. Lo siento. Sólo pensé… «Pensaste que los traficantes eslovacos te habían seguido a ti y a tus chicas a Suiza». De repente reconoció lo ridículo que sonaba eso.

Estaba claro que Maya y Sara no eran las Гєnicas que necesitaban recuperarse de su experiencia compartida. В«Tal vez necesite programar algunas sesiones con la Dra. BransonВ», pensГі mientras se reunГ­a con sus hijas.

–Lo siento —le dijo a Sara—. Supongo que estoy siendo poco sobreprotector ahora.

Ella no dijo nada en respuesta, pero mirГі fijamente al suelo con una mirada lejana en sus ojos, con ambas manos envueltas alrededor de una taza mientras se enfriaba.

Viendo su reacciГіn y oyГ©ndole ladrar con rabia al hombre en alemГЎn, le recordГі el incidente y, si tuviera que adivinarlo, lo poco que sabГ­a de su propio padre.

Genial, pensГі amargamente. В«Ni siquiera un dГ­a y ya lo he arruinado. ВїCГіmo voy a arreglar esto?В» Se sentГі entre las chicas e intentГі desesperadamente pensar en algo que pudiera decir o hacer para volver a la alegre atmГіsfera de hace sГіlo unos momentos.

Pero antes de que tuviera la oportunidad, Sara hablГі. Su mirada se elevГі para encontrarse con la suya mientras murmuraba, y a pesar de las conversaciones a su alrededor Reid escuchГі sus palabras claramente.

–Quiero saber —dijo su hija menor—. Quiero saber la verdad.




CAPГЌTULO SIETE


Yosef Bachar habГ­a pasado los Гєltimos ocho aГ±os de su carrera en situaciones peligrosas. Como periodista de investigaciГіn, habГ­a acompaГ±ado a tropas armadas a la Franja de Gaza. HabГ­a atravesado desiertos en busca de recintos ocultos y cuevas durante la larga caza de Osama bin Laden. HabГ­a informado en medio de combates y ataques aГ©reos. No dos aГ±os antes, habГ­a dado a conocer la historia de que Hamas estaba pasando de contrabando piezas de aviones teledirigidos a travГ©s de las fronteras y obligando a un ingeniero saudГ­ secuestrado a reconstruirlas para que pudieran ser utilizadas en los bombardeos. Su exposiciГіn habГ­a inspirado una mayor seguridad en las fronteras y aumentado la conciencia de los insurgentes que buscaban una mejor tecnologГ­a.

A pesar de todo lo que habГ­a hecho para arriesgar la vida y la integridad fГ­sica, nunca se habГ­a encontrado en mayor peligro que ahora. Junto a dos colegas israelГ­es habГ­a estado cubriendo la historia del ImГЎn Khalil y su pequeГ±a secta de seguidores, que habГ­an desatado un virus mutado de viruela en Barcelona y habГ­an intentado hacer lo mismo en los Estados Unidos. Una fuente de Estambul les dijo que los Гєltimos fanГЎticos de Khalil habГ­an huido al Iraq, escondiГ©ndose en algГєn lugar cerca de Albaghdadi.

Pero Yosef Bachar y sus dos compatriotas no encontraron a la gente de Khalil; ni siquiera habГ­an llegado a la ciudad antes de que su coche fuera sacado de la carretera por otro grupo, y los tres periodistas fueron tomados como rehenes.

Durante tres dГ­as fueron mantenidos en el sГіtano de un complejo desГ©rtico, atados a las muГ±ecas y mantenidos en la oscuridad, tanto literal como figuradamente.

Bachar habГ­a pasado esos tres dГ­as esperando su inevitable destino. Se dio cuenta de que estos hombres eran probablemente Hamas, o alguna rama de ellos. Lo torturarГ­an y finalmente lo asesinarГ­an. GrabarГ­an la prueba en video y la enviarГ­an al gobierno israelГ­. Tres dГ­as de espera y asombro, con miles de horribles escenarios en la cabeza de Bachar, se sintieron tan tortuosos como los planes que estos hombres tenГ­an para ellos.

Pero cuando finalmente vinieron por Г©l, no fue con armas o implementos. Fue con palabras.

Un joven, no mГЎs de veinticinco aГ±os si acaso, entrГі solo en el nivel subterrГЎneo del recinto y encendiГі la luz, una sola bombilla brillaba en el techo. TenГ­a ojos oscuros, una barba corta y hombros anchos. El joven caminaba delante de ellos que estaban de rodillas y con las manos atadas.

–Me llamo Awad bin Saddam —les dijo—, y soy el líder de la Hermandad. Los tres han sido reclutados para un glorioso propósito. De ustedes, uno entregará por mí un mensaje. Otro documentará nuestra santa yihad. Y el tercero… el tercero es innecesario. El tercero morirá en nuestras manos. —El joven, este bin Saddam, detuvo su paso y metió la mano en su bolsillo.

–Pueden decidir quién llevará a cabo qué tarea entre ustedes si lo desean —dijo—. O pueden dejarlo al azar. —Se dobló en la cintura y colocó tres delgadas cuerdas en el suelo delante de ellos.

Dos de ellas medГ­an aproximadamente seis pulgadas de largo. La tercera fue recortada un par de pulgadas menos que las otras.

–Volveré en media hora. —El joven terrorista salió del sótano y cerró la puerta tras él.

Los tres periodistas miraban las cuerdas cortadas y deshilachadas del suelo de piedra.

–Esto es monstruoso —dijo Avi en voz baja. Era un hombre corpulento de cuarenta y ocho años, más viejo que la mayoría que aún trabajaba en el campo.

–Seré voluntario —les dijo Yosef. Las palabras salieron de su boca antes de que las pensara bien, porque si lo hacía, probablemente las sostendría detrás de su lengua.

–No, Yosef —Idan, el más joven de ellos, sacudió la cabeza con firmeza—. Es noble de tu parte, pero no podíamos vivir con nosotros mismos sabiendo que te permitimos ser voluntario para la muerte.

–¿Lo dejarías al azar? —Yosef respondió.

–El azar es justo —dijo Avi—. El azar es imparcial. Además… —Bajó la voz y añadió—:  Esto puede ser una artimaña. Puede que aún nos maten a todos de todas formas.

Idan se agachó con ambas manos atadas y tomó los tres tramos de cuerda en su puño, agarrándolos para que los extremos expuestos parecieran tener la misma longitud. —Yosef —dijo—, tú eliges primero. —Él los mantuvo alejados.

La garganta de Yosef estaba demasiado seca para las palabras, cuando llegГі a un final y lentamente lo sacГі del puГ±o de Idan. Una oraciГіn corriГі por su cabeza como una pulgada, luego dos, luego tres se desplegaron de sus dedos cerrados.

El otro extremo se liberГі despuГ©s de sГіlo unos pocos centГ­metros. HabГ­a tirado de la cuerda corta.

Avi suspirГі, pero fue un suspiro de desesperaciГіn, no de alivio.

–Ahí lo tienes —dijo Yosef simplemente.

–Yosef… —Idan comenzó.

–Los dos pueden decidir entre ustedes qué tarea van a tomar —dijo Yosef, cortando al joven—. Pero… si alguno de los dos sale de esta y regresa a casa, por favor díganle a mi esposa e hijo…  —Se fue arrastrando. Las últimas palabras parecían fallarle. No había nada que pudiera transmitir en un mensaje que no supieran ya.

–Les diremos que enfrentaste audazmente tu destino ante el terror y la iniquidad —ofreció Avi.

–Gracias —Yosef dejó caer la corta cuerda al suelo.

Bin Saddam regresó poco después, como había prometido, y de nuevo se puso a caminar delante de los tres. —¿Confío en que hayan tomado una decisión? —preguntó.

–Lo hemos hecho —dijo Avi, mirando a la cara del terrorista—. Hemos decidido adoptar su concepto islámico de infierno sólo para tener un lugar donde creer que usted y sus bastardos terminarán.

Awad bin Saddam sonrió con suficiencia. —Pero, ¿quién de ustedes se irá antes que yo?

La garganta de Yosef todavГ­a se sentГ­a seca, demasiado seca para las palabras. AbriГі la boca para aceptar su destino.

–Yo lo haré.

–¡Idan! —Los ojos de Yosef se abultaron mucho. Antes de que pudiera decir nada, el joven había hablado—. No, no es él —le dijo rápidamente a bin Saddam—. He sacado la cuerda corta.

Bin Saddam miró de Yosef a Idan, aparentemente divertido. —Supongo que tendré que matar al que abrió la boca primero. —Cogió su cinturón y desenvainó un feo cuchillo curvo con un mango hecho de cuerno de cabra.

El estómago de Yosef se revolvió con sólo verlo. —Espera, él no…

Awad sacГі su cuchillo y lo atravesГі en la garganta de Avi. La boca del anciano se abriГі por sorpresa, pero no se oyГі nada mientras la sangre caГ­a en cascada desde su cuello abierto y se derramaba en el suelo.



—¡No! —Yosef gritó. Idan apretó los ojos cerrados mientras un triste sollozo brotaba de él.

Avi cayГі sobre su estГіmago, de cara a Yosef, mientras un charco de sangre oscura se filtraba por las piedras.

Sin decir una palabra mГЎs, bin Saddam los dejГі allГ­ una vez mГЎs.

Los dos restantes soportaron esa noche sin dormir y sin una sola palabra trasmitida entre ellos, aunque Yosef podГ­a oГ­r los suaves sollozos de Idan mientras lloraba la pГ©rdida de su mentor, Avi, cuyo cuerpo estaba a escasos metros de ellos, cada vez mГЎs frГ­o.

Por la maГ±ana, tres hombres ГЎrabes entraron en el sГіtano sin decir palabra y sacaron el cuerpo de Avi. Dos mГЎs vinieron inmediatamente despuГ©s, seguidos por bin Saddam.

–Él —Señaló a Yosef, y los dos insurgentes lo arrastraron bruscamente ante él por los hombros. Cuando fue arrastrado hacia la puerta se dio cuenta de que nunca podría ver a Idan de nuevo.

–Sé fuerte —llamó por encima de su hombro—. Que Dios esté contigo.

Yosef entrecerrГі los ojos bajo la dura luz del sol mientras era arrastrado a un patio rodeado por un alto muro de piedra y arrojado sin contemplaciones a la parte trasera de un camiГіn, la cual estaba cubierta por una cГєpula de lona. Un saco de yute fue tirado sobre su cabeza, y una vez mГЎs se encontrГі sumergido en la oscuridad.

El camiГіn cobrГі vida y saliГі del recinto. Yosef no pudo decir en quГ© direcciГіn viajaban. PerdiГі la pista de cuГЎnto tiempo habГ­an estado conduciendo y las voces de la cabina apenas se distinguГ­an.

Después de un tiempo —dos horas, tal vez tres —podía oír los sonidos de otros vehículos, los motores rugiendo, las bocinas sonando. Más allá de eso había vendedores ambulantes pregonando y civiles gritando, riendo, conversando. «Una ciudad», se dio cuenta Yosef. «Estamos en una ciudad. ¿Qué ciudad? ¿Y por qué?»

El camión disminuyó la velocidad y de repente una voz áspera y profunda estaba directamente en su oído. —Eres mi mensajero —No había ninguna duda; la voz pertenecía a bin Saddam—. Estamos en Bagdad. Dos cuadras al este está la embajada americana. Voy a liberarte, y tú vas a ir allí. No te detengas por nada. No hables con nadie hasta que llegues. Quiero que les cuentes lo que te pasó a ti y a tus compatriotas. Quiero que les digas que fue la Hermandad la que hizo esto, y su líder, Awad bin Saddam. Haz esto y te habrás ganado tu libertad. ¿Entiendes?

Yosef asintiГі. Estaba confundido por el contenido de un mensaje tan simple y por quГ© tenГ­a que entregarlo, pero deseoso de liberarse de esta Hermandad.

El saco de arpillera fue arrancado de encima de su cabeza, y al mismo tiempo fue empujado bruscamente desde la parte trasera del camiГіn. Yosef gruГ±Гі mientras golpeaba el pavimento y rodaba. Un objeto saliГі por detrГЎs de Г©l y aterrizГі cerca, algo pequeГ±o y marrГіn y rectangular.

Era su cartera.

ParpadeГі a la repentina luz del dГ­a, los transeГєntes se detuvieron con asombro al ver a un hombre atado a las muГ±ecas lanzado desde la parte trasera de un vehГ­culo en movimiento. Pero el camiГіn no se detuvo; siguiГі rodando y desapareciГі en el denso trГЎfico de la tarde.

ParpadeГі a la repentina luz del dГ­a, los transeГєntes se detuvieron con asombro al ver a un hombre atado a las muГ±ecas lanzado desde la parte trasera de un vehГ­culo en movimiento. Pero el camiГіn no se detuvo; siguiГі rodando y desapareciГі en el denso trГЎfico de la tarde.

Yosef agarrГі su cartera y se puso de pie. Sus ropas estaban sucias y estropeadas; le dolГ­an las extremidades. Su corazГіn se rompiГі por Avi y por Idan. Pero Г©l era libre.

BajГі tambaleГЎndose por la cuadra, ignorando las miradas de los ciudadanos de Bagdad mientras se dirigГ­a a la embajada de EE.UU. Una gran bandera americana le guiaba desde lo alto de un poste.

Yosef estaba a unos veinticinco metros de la alta valla de alambre de espino que rodeaba la embajada cuando un soldado americano le llamГі. HabГ­a cuatro de ellos apostados en la puerta, cada uno armado con un rifle automГЎtico y con equipo tГЎctico completo.

–¡Alto! —ordenó el soldado. Dos de sus camaradas nivelaron sus armas en su dirección mientras el sucio y atado Yosef, medio deshidratado y sudoroso, se detuvo en su camino—. ¡Identifíquese!

–Mi nombre es Yosef Bachar —llamó en inglés—. Soy uno de los tres periodistas israelíes que fueron secuestrados por insurgentes islámicos cerca de Albaghdadi.

–Avisa de esto —le dijo el soldado al mando a otro. Con dos armas aún apuntadas a Yosef, el soldado se acercó a él cautelosamente, con su rifle en ambos brazos y un dedo en el gatillo—.  Ponga las manos en la cabeza.

Yosef fue registrado minuciosamente en busca de armas, pero lo Гєnico que el soldado encontrГі fue su cartera y dentro de ella, su identificaciГіn. Se hicieron llamadas, y quince minutos despuГ©s Yosef Bachar fue admitido en la embajada de los EE.UU.

Le cortaron las cuerdas de las muГ±ecas y lo llevaron a una oficina pequeГ±a y sin ventanas, aunque no incГіmoda. Un joven le trajo una botella de agua, que Г©l bebiГі agradecido.

Unos minutos más tarde, un hombre con un traje negro y el pelo peinado a juego entró. —Sr. Bachar —dijo—, mi nombre es Agente Cayhill. Estamos al tanto de su situación y nos alegra mucho verlo sano y salvo.

–Gracias —dijo Yosef—. Mi amigo Avi no fue tan afortunado.

–Lo siento —dijo el agente americano—. Su gobierno ha sido notificado de su presencia aquí, al igual que su familia. Vamos a organizar el transporte para que vuelvas a casa lo antes posible, pero primero nos gustaría hablar de lo que te ha pasado. —Señaló hacia arriba donde la pared se encontraba con el techo. Una cámara negra estaba dirigida hacia abajo, hacia Yosef—.  Nuestro intercambio se está grabando, y el audio de nuestra conversación se está transmitiendo en vivo a Washington, D.C. Es su derecho a negarse a ser grabado. Puede tener un embajador u otro representante de su país presente si desea…

Yosef agitó una mano cansada. —Eso no es necesario. Quiero hablar.

–Cuando esté listo entonces, Sr. Bachar.

AsГ­ que lo hizo. Yosef detallГі el calvario de tres dГ­as, comenzando con la caminata hacia Albaghdadi y su coche siendo detenido en un camino del desierto. Los tres, Avi, Idan y Г©l, habГ­an sido obligados a subir a la parte trasera de un camiГіn con bolsas sobre sus cabezas. Las bolsas no se quitaron hasta que estuvieron en el sГіtano del complejo, donde pasaron tres dГ­as en la oscuridad. Les contГі lo que le habГ­a pasado a Avi, con la voz temblorosa. Les hablГі de Idan, que seguГ­a allГ­ en el complejo y a merced de esos renegados.

–Afirmaron que me habían liberado para entregar un mensaje —concluyó Yosef—. Querían que supieras quién era el responsable de esto. Querían que supieras el nombre de su organización, la Hermandad, y el de su líder, Awad bin Saddam. —Yosef suspiró—. Es todo lo que sé.

El agente Cayhill asintió profundamente. —Gracias, Sr. Bachar. Su cooperación es muy apreciada. Antes de que veamos cómo llevarle a casa, tengo una última pregunta. ¿Por qué te enviaron a nosotros? ¿Por qué no a su propio gobierno, a su gente?

Yosef agitó la cabeza. Se había preguntado eso desde que entró en la embajada. —No lo sé. Todo lo que dijeron fue que querían que ustedes, los americanos, supieran quién era el responsable.

La ceja de Cayhill se arrugó profundamente. Llamaron a la puerta de la pequeña oficina, y luego una joven mujer se asomó. —Lo siento señor —dijo en voz baja—, pero la delegación está aquí. Están esperando en la sala de conferencias C.

–Un momento, gracias —dijo Cayhill.

En el mismo instante en que la puerta se cerrГі de nuevo, el piso debajo de ellos explotГі. Yosef Bachar y el agente Cayhill, junto con otras sesenta y tres almas, fueron incinerados al instante.


*

Apenas dos cuadras hacia el sur, un camiГіn con una cГєpula de lona extendida sobre una base se estacionГі en la acera, en lГ­nea directa con la embajada americana a travГ©s de su parabrisas.

Awad observГі, sin parpadear, como las ventanas de la embajada explotaron, enviando bolas de fuego al cielo. El camiГіn se estremeciГі con la explosiГіn, incluso desde esta distancia. El humo negro se elevГі en el aire mientras las paredes se doblaban y caГ­an, y la embajada americana se desplomГі sobre sГ­ misma.

Conseguir casi su propio peso en explosivos plГЎsticos habГ­a sido la parte fГЎcil, ahora que tenГ­a acceso indiscutible a la fortuna de Hassan. Incluso secuestrar a los periodistas habГ­a sido bastante simple. No, la dificultad habГ­a sido obtener credenciales falsas que fueran lo suficientemente realistas para que Г©l y otros tres se hicieran pasar por trabajadores de mantenimiento. HabГ­a sido necesario contratar a un tunecino lo suficientemente capacitado para crear verificaciones de antecedentes falsas y para piratear la base de datos a fin de introducirlas como contratistas aprobados que permitieran el acceso a la embajada.

SГіlo entonces Awad y la Hermandad pudieron guardar los explosivos en un pasillo de mantenimiento bajo los pies de los americanos, como lo habГ­an hecho dos dГ­as antes, haciГ©ndose pasar por fontaneros que reparaban una tuberГ­a rota.

Esa parte no habГ­a sido sencilla ni barata, pero valiГі la pena para cumplir los objetivos de Awad. No, la parte fГЎcil habГ­a sido meter el chip de detonaciГіn de alta tecnologГ­a en la cartera del periodista y enviarlo hacia lo que el hombre tonto pensaba que era la libertad. La bomba no habrГ­a detonado sin el chip a su alcance.

El israelГ­, esencialmente, habГ­a volado la embajada para ellos.

–Vamos —le dijo a Usama, quien dirigió el camión de vuelta a la carretera. Se rodearon de vehículos estacionados, los conductores se detuvieron justo en medio de la calle en el temor de la explosión. Los peatones corrían gritando desde el lugar de la explosión mientras partes de los muros exteriores del edificio continuaban colapsando.

–No lo entiendo —refunfuñó Usama mientras intentaba recorrer las calles asfixiadas llenas de gente en pánico—. Hassan me dijo cuánto se gastó en este esfuerzo. ¿Todo para qué? ¿Para matar a un periodista y a un puñado de americanos?

–Sí —dijo Awad pensativo—. Un selecto puñado de americanos. Me llamó la atención recientemente que una delegación del Congreso de los Estados Unidos visitaba Bagdad como parte de una misión de buena voluntad.

–¿Qué clase de delegación? —Preguntó Usama.

Awad sonrió con suficiencia; su ingenuo hermano no entendía, o simplemente no podía entender —razón por la cual Awad aún no había compartido todo el alcance de su plan con el resto de la Hermandad. —Una delegación del Congreso —repitió—. Un grupo de líderes políticos americanos; más específicamente, líderes de Nueva York.

Usama asintió como si entendiera, pero su ceño fruncido dijo que todavía estaba lejos de la comprensión. —¿Y ese era tu plan? ¿Matarlos?

–Sí —dijo Awad—. Y para que los americanos nos conozcan. «Además de darme a conocer a mí». Ahora debemos volver al recinto y prepararnos para la siguiente parte del plan. Tenemos que darnos prisa. Vendrán por nosotros.

–¿Quiénes lo harán? —Preguntó Usama.

Awad sonrió mientras miraba a través del parabrisas los restos ardientes de la embajada. —Todos.




CAPГЌTULO OCHO


—Muy bien —dijo Reid—. Pregúntame lo que quieras y seré honesto. Tómate el tiempo que necesites.

Se sentГі frente a sus hijas en una cabina de la esquina de un restaurante de fondue en uno de los hoteles de lujo de Engelberg-Titlis. DespuГ©s de que Sara le dijera en la cabaГ±a que querГ­a saber la verdad, Reid sugiriГі que se fueran a otro lugar, lejos de la sala comГєn de la cabaГ±a de esquГ­. Su propia habitaciГіn parecГ­a un lugar demasiado tranquilo para un tema tan intenso, asГ­ que las llevГі a cenar con la esperanza de proporcionar algo de ambiente casual mientras hablaban. HabГ­a escogido este lugar especГ­ficamente porque cada cabina estaba separada por particiones de vidrio, dГЎndoles un poco de privacidad.

Incluso asГ­, mantuvo su voz baja.

Sara miró fijamente a la mesa durante un largo rato, pensando. —No quiero hablar de lo que pasó —dijo al final.

–No tenemos por qué hacerlo —acordó Reid—. Sólo hablaremos de lo que tú quieres, y te prometo la verdad, como con tu hermana.

Sara le echó un vistazo a Maya. —¿Tú… sabes cosas?

–Algunas —admitió ella—.  Lo siento, Chillona. No creí que estuvieras lista para escucharlo.

Si Sara estaba enfadada o molesta por esta noticia, no lo demostrГі. En su lugar, mordiГі su labio inferior por un momento, formando una pregunta en su cabeza, y luego preguntГі: No eres sГіlo un profesor, Вїverdad?

–No —Reid había asumido que aclarar lo que era y lo que hacía sería una de sus principales preocupaciones—.  No lo estoy haciendo. Soy… mejor dicho, era un agente de la CIA. ¿Sabes lo que eso significa?

–Como… ¿un espía?

Él retrocedió. —Más o menos. Había algo de espionaje involucrado. Pero se trata más bien de evitar que la gente mala haga cosas peores.

–¿Qué quieres decir con «era»? —preguntó.

–Bueno, no voy a hacer eso nunca más. Lo hice por un tiempo, y luego cuando… —Se aclaró la garganta—. Cuando mamá murió, me detuve. Durante dos años no estuve con ellos. Luego, en febrero, me pidieron que volviera. «Es una forma suave de decirlo», se regañó a sí mismo. —¿Esa cosa en las noticias, con las Olimpiadas de Invierno y el bombardeo del foro económico? Yo estaba ahí. Ayudé a detenerlo.

–¿Así que eres un hombre bueno?

Reid parpadeó sorprendido ante la pregunta. —Por supuesto que sí. ¿Creíste que no lo era?

Esta vez Sara se encogió de hombros, sin responder a su mirada. —No lo sé —dijo en voz baja—. Escuchar todo esto, es como… como…

–Como conocer a un extraño —murmuró Maya—. Un extraño que se parece a ti. —Sara asintió con la cabeza.

Reid suspiró. —No soy un extraño —insistió—. Sigo siendo tu padre. Soy la misma persona que siempre he sido. Todo lo que sabes de mí, todo lo que hemos hecho juntos, todo eso fue real. Todo esto… todo esto, era un trabajo. Ahora ya no lo es.

«¿Era eso la verdad?» se preguntaba. Quería creer que era… que Kent Steele no era más que un alias y no una personalidad.

–Entonces —empezó Sara—, esos dos hombres que nos persiguieron en el paseo marítimo…

Dudó, sin estar seguro de si esto era demasiado para que ella lo escuchara. Pero había prometido honestidad. —Eran terroristas —le dijo—. Eran hombres que intentaban llegar a ti para hacerme daño. Al igual que… —Se atrapó a sí mismo antes de decir nada sobre Rais o los traficantes eslovacos.

–Mira —empezó de nuevo—, durante mucho tiempo pensé que era el único que podía salir herido haciendo esto. Pero ahora veo lo equivocado que estaba. Así que he terminado. Todavía trabajo para ellos, pero hago cosas administrativas. No más trabajo de campo.

–¿Así que estamos a salvo?

El corazón de Reid se rompió de nuevo no sólo por la pregunta, sino por la esperanza en los ojos de su hija menor. «La verdad», se recordó a sí mismo. —No —le dijo—. La verdad es que nadie nunca lo es realmente. Por muy maravilloso y bello que pueda ser este mundo, siempre habrá gente malvada que quiera hacer daño a los demás. Ahora sé de primera mano que hay mucha gente buena que se asegura de que haya menos gente malvada cada día. Pero no importa lo que hagan, o lo que yo haga, no puedo garantizar que estarás a salvo de todo.

No sabía de dónde venían estas palabras, pero parecía que eran tanto para su propio beneficio como para el de sus chicas. Era una lección que necesitaba aprender. —Eso no significa que no lo intente —añadió—. Nunca dejaré de intentar mantenerlas a salvo. Así como ustedes siempre deben tratar de mantenerse a salvo también.

–¿Cómo? —Sara preguntó. La mirada lejana estaba en sus ojos. Reid sabía exactamente lo que estaba pensando: «¿cómo podía ella, una niña de catorce años que pesaba treinta y seis kilos empapada, evitar que algo como el incidente volviera a suceder?»

–Bueno —dijo Reid—, aparentemente tu hermana se ha estado escabullendo a una clase de defensa personal.

Sara miró fijamente a su hermana. —¿En serio?

Maya puso los ojos en blanco. —Gracias por venderme, papá.

Sara le echó un vistazo. —Quiero aprender a disparar un arma.

–Guau —Reid levantó una mano—. Pisa el freno, pequeña. Esa es una petición bastante seria…

–¿Por qué no? —Maya se metió—. ¿No crees que somos lo suficientemente responsables?

–Por supuesto que sí —respondió rotundamente—, yo sólo…

–Dijiste que también deberíamos mantenernos a salvo —añadió Sara.

–Yo dije eso, pero hay otras maneras de…

–Mi amigo Brent ha ido de caza con su padre desde que tenía doce años. —Maya intervino—.  Sabe cómo disparar un arma. ¿Por qué nosotras no?

–Porque eso es diferente —dijo Reid con fuerza—. Y nada de hacer alianzas. Es injusto. —Hasta entonces, había pensado que esto iba bastante bien, pero ahora estaban usando sus propias palabras contra él. Señaló a Sara— ¿Quieres aprender a disparar? Puedes hacerlo. Pero sólo conmigo. Y primero, quiero que te pongas al día con la escuela y quiero informes positivos de la Dra. Branson. Y de ti. —Señaló a Maya—. No más clases secretas de autodefensa, ¿de acuerdo? No sé qué te está enseñando ese tipo. Si quieres aprender a pelear, a defenderte, me dices.

–¿En serio? ¿Me enseñarás? —Maya parecía optimista ante la perspectiva.

–Sí, lo haré —Él tomó su menú y lo abrió—.  Si tienen más preguntas, las contestaré. Pero creo que eso es suficiente para una noche, ¿sí?

Se consideraba afortunado de que Sara no le hubiera preguntado nada que no pudiera responder. No querГ­a tener que explicar el supresor de la memoria, que podrГ­a complicar las cosas y reforzar su duda sobre quiГ©n era, pero tampoco querГ­a tener que responder que no sabГ­a algo. SospecharГ­an inmediatamente que se lo estaba ocultando.

В«Eso lo confirmaВ», pensГі. TenГ­a que hacerlo, y pronto. No mГЎs esperas ni excusas.

–Oigan —dijo en su menú—, ¿qué les parece si vamos a Zúrich mañana? Es una ciudad hermosa. Toneladas de historia, compras y cultura.

–Claro —Maya estuvo de acuerdo. Pero Sara no dijo nada. Cuando Reid miró su menú de nuevo, su cara estaba arrugada en un ceño pensativo—. ¿Sara? —preguntó él.

Ella lo miró. —¿Mamá lo sabía?

La pregunta habГ­a sido una bola curva una vez cuando Maya habГ­a preguntado, apenas hace un mes, y lo tomГі por sorpresa al escucharla de nuevo de Sara.

Negó con la cabeza. —No. No lo sabía.

–¿No es eso… —Dudó, pero luego tomó un respiro y preguntó—: ¿No es eso algo así como mentir?

Reid dobló su menú y lo dejó sobre la mesa. De repente ya no tenía mucha hambre. —Sí, cariño. Es exactamente como mentir.


*

A la maГ±ana siguiente, Reid y las chicas tomaron el tren al norte de Engelberg a ZГєrich. No hablaron mГЎs sobre su pasado, o sobre el incidente; si Sara tenГ­a mГЎs preguntas, las retuvo, al menos por ahora.

En cambio, disfrutaron de las vistas panorГЎmicas de los Alpes suizos en el viaje de dos horas en tren, tomando fotos a travГ©s de la ventana. Pasaron la Гєltima maГ±ana disfrutando de la impresionante arquitectura medieval de la Ciudad Vieja y caminaron por las orillas del rГ­o Limmat. A pesar de no pretender disfrutar de la historia tanto como Г©l, ambas chicas se quedaron atГіnitas por la belleza de la catedral de GrossmГјnster del siglo XII (aunque se quejaron cuando Reid empezГі a darles lecciones sobre Huldrych Zwingli y sus reformas religiosas del siglo XVI que tuvieron lugar allГ­).

Aunque Reid se lo pasaba muy bien con sus hijas, su sonrisa era al menos parcialmente forzada. Estaba ansioso por lo que se avecinaba.

–¿Qué sigue? —Maya preguntó después de un almuerzo en un pequeño café con vistas al río.

–¿Sabes lo que sería realmente genial después de una comida como esa? —Reid dijo—.  Una película.

–Una película —repetía su hija mayor sin rodeos—. Sí, definitivamente deberíamos haber venido hasta Suiza para hacer algo que podamos hacer en casa.

Reid sonrió. —No cualquier película. El Museo Nacional Suizo no está lejos, y están mostrando un documental sobre la historia de Zúrich desde la Edad Media hasta el presente. ¿No suena genial?

–No —dijo Maya.

–No realmente —Sara estuvo de acuerdo.

–Huh. Bueno, yo soy el padre, y digo que vayamos a verlo. Entonces podemos hacer lo que ustedes dos quieran hacer y no me quejaré. Lo prometo.

Maya suspiró. —Lo justo es justo. Lidera el camino.

En menos de diez minutos llegaron al Museo Nacional Suizo, el cual realmente estaba exhibiendo un documental sobre la historia de ZГєrich. Y Reid estaba realmente interesado en verlo. Y aunque comprГі tres entradas, sГіlo tenГ­a la intenciГіn de usar dos de ellos.

–Sara, ¿necesitas usar el baño antes de que entremos? —él preguntó.

–Buena idea —Ella se metió en el baño. Maya empezó a seguirla, pero Reid la agarró rápidamente por el brazo.

–Espera. Maya… tengo que irme.

Ella le parpadeó. —¿Qué?

–Hay algo que tengo que hacer —dijo rápidamente—. Tengo una cita. —Maya levantó una ceja con recelo—. ¿Haciendo qué?

–No tiene nada que ver con la CIA. Al menos, no directamente.

Ella se burló. —No puedo creerlo.

–Maya, por favor —le suplicó—. Esto es importante para mí. Te lo prometo, te lo juro, no es trabajo de campo ni nada peligroso. Sólo tengo que hablar con alguien. En privado.

Las fosas nasales de su hija se abrieron. No le gustó ni un poquito, y peor aún, no le creyó de verdad. —¿Qué le digo a Sara?

Reid ya había pensado en eso. —Dile que hubo un problema con mi tarjeta de crédito. Alguien en casa tratando de usarla, y que tengo que aclararlo para no tener que dejar la cabaña de esquí. Dile que estoy afuera, haciendo llamadas telefónicas.

–Oh, está bien —dijo Maya burlonamente—. Quieres que le mienta.

–Maya… —Reid se quejó. Sara saldría del baño en cualquier momento—. Te prometo que te lo contaré todo después, pero no tengo tiempo ahora. Por favor, entra ahí, siéntate y mira la película con ella. Volveré antes de que termine.

–Bien —aceptó a regañadientes—. Pero quiero una explicación completa cuando vuelvas.

–Tendrás una —prometió—. Y no dejes ese teatro.  —Le besó la frente y se fue corriendo antes de que Sara saliera del baño.

Se sintiГі horrible, una vez mГЎs mintiГ©ndole a sus chicas, o al menos ocultГЎndoles la verdad, como Sara habГ­a seГ±alado astutamente la noche anterior, era mГЎs o menos lo mismo que mentir.

«¿Es así como siempre será?» se preguntó mientras salía apresuradamente del museo. «¿Habrá algún momento en que la honestidad sea realmente la mejor política?»

No sГіlo le habГ­a mentido a Sara. TambiГ©n le habГ­a mentido a Maya. No tenГ­a ninguna cita. SabГ­a dГіnde estaba la consulta del Dr. Guyer (convenientemente cerca del Museo Nacional Suizo, que Reid habГ­a considerado en su plan) y sabГ­a por una llamada anГіnima que el doctor estarГ­a hoy, pero no se atreviГі a dejar su nombre o a pedir una cita formal. No sabГ­a en absoluto quiГ©n era este Guyer, aparte del hombre que habГ­a implantado el supresor de memoria en la cabeza de Kent Steele dos aГ±os antes. Reidigger habГ­a confiado en el doctor, pero eso no significaba que Guyer no tuviera algГєn tipo de vГ­nculo con la agencia. O peor, podrГ­an estar vigilГЎndolo.

«¿Y si sabían lo del doctor?» Se preocupó. «¿Y si lo han estado vigilando todo este tiempo?»

Era demasiado tarde para preocuparse por eso ahora. Su plan era simplemente ir allí, conocer al hombre, y averiguar qué podía hacer, si acaso, con la pérdida de memoria de Reid. «Considérelo una consulta», bromeó para sí mismo mientras caminaba a paso ligero por la Löwenstrasse, paralela al río Limmat y hacia la dirección que había encontrado en Internet. Tenía unas dos horas antes de que el documental del museo terminara. Suficiente tiempo, o eso supuso.

El consultorio de neurocirugГ­a del Dr. Guyer estaba ubicado en un amplio edificio profesional de cuatro pisos, justo al lado de un bulevar principal y al otro lado de un patio de una catedral. La estructura era de arquitectura medieval, muy lejos de los edificios mГ©dicos americanos a los que estaba acostumbrado; era mГЎs bonito que la mayorГ­a de los hoteles en los que se habГ­a alojado Reid.

SubiГі las escaleras hasta el tercer piso y encontrГі una puerta de roble con una aldaba de bronce y el nombre GUYER inscrito en una placa de latГіn. Se detuvo un momento, sin estar seguro de lo que encontrarГ­a en el otro lado. Ni siquiera estaba seguro de lo comГєn que era que los neurocirujanos tuvieran consultas privadas en edificios de lujo en la Ciudad Vieja de ZГєrich, pero tampoco recordaba haber necesitado visitar una antes.

IntentГі con la puerta; estaba abierta.

El gusto y la riqueza del mГ©dico suizo fueron inmediatamente evidentes. Las pinturas en las paredes eran en su mayorГ­a impresionistas, coloridas composiciones abiertas en marcos ornamentados que parecГ­an costar tanto como algunos coches. El van Gogh era definitivamente una impresiГіn, pero si no se equivocaba, la escultura delgada de la esquina parecГ­a ser un Giacometti original.

В«Ni siquiera lo sabrГ­a si no fuera por KateВ», pensГі, reforzando su razГіn de estar aquГ­ mientras cruzaba la pequeГ±a habitaciГіn hacia un escritorio en el lado opuesto.

Hubo dos cosas que le llamaron la atenciГіn inmediatamente al otro lado del ГЎrea de recepciГіn. La primera fue el escritorio mismo, tallado en un solo trozo de palisandro de forma irregular con patrones oscuros y arremolinados en el grano. В«CocoboloВ», se dio cuenta. В«Ese es fГЎcilmente un escritorio de seis mil dГіlaresВ».

Se negГі a dejarse impresionar por el arte o el escritorio, pero la mujer que estaba detrГЎs era otra cosa. Ella mirГі a Reid de manera uniforme con una ceja perfecta arqueada y una sonrisa en sus labios. Su pelo rubio enmarcaba los contornos de un rostro exquisitamente formado y la piel de porcelana. Sus ojos parecГ­an demasiado azules y cristalinos para ser reales.

–Buenas tardes —dijo en inglés con un ligero acento suizo-alemán—. Por favor, tome asiento, Agente Cero.




CAPГЌTULO NUEVE


El instinto de lucha o huida de Reid surgiГі inmediatamente despuГ©s de las palabras de la recepcionista. Y como estaba claro para Г©l que no iba a pelear con esta mujer, mГЎs claro aГєn, decidiГі huir. Pero a mitad de camino de vuelta a la puerta escuchГі un fuerte chasquido.

La manija de la puerta sonГі, pero no se moviГі.

Se girГі y vio la mano de la mujer bajo su costoso escritorio. В«Debe haber un botГіn. Un mecanismo de cierre remotoВ».

В«Esto es una trampaВ».

–Déjame salir —advirtió—. No sabes de lo que soy capaz.

–Lo sé —respondió ella—. Y le aseguro que no corre ningún peligro. ¿Quiere un poco de té? —Su tono era pacificador, como si se tratara de un esquizofrénico que se había saltado sus medicinas.

Las palabras casi le fallan. —¿Té? No, no quiero té. Quiero irme. —Golpeó su hombro contra la pesada puerta, pero no se movió.

–Eso no funcionará —dijo la mujer—. Por favor, no te hagas daño.

Se volviГі hacia ella. Se habГ­a levantado de su escritorio y habГ­a extendido las manos de forma no amenazadora. В«Pero ella te encerrГі aquГ­В», se recordГі a sГ­ mismo. В«AsГ­ que tal vez luches contra esta mujerВ».

–Me llamo Alina Guyer —dijo—. ¿Me recuerdas?

«¿Guyer? Pero la carta de Reidigger decía que el doctor era un “él”». Además, Reid estaba bastante seguro de que no olvidaría una cara como esa. Era realmente hermosa.

–No —dijo—. No te recuerdo. No recuerdo haber estado aquí y fue un error venir aquí. Si no me dejas salir, van a pasar cosas malas…

–Dios mío —dijo una voz masculina en voz baja—. Eres tú.

Reid inmediatamente levantГі los puГ±os mientras se dirigГ­a hacia la nueva amenaza.

El doctor, presumiblemente, ya que llevaba una bata blanca, se parГі en el umbral de una puerta a la izquierda del escritorio del cocobolo. DebГ­a tener unos cincuenta o sesenta aГ±os, aunque sus ojos verdes eran agudos y nГ­tidos. Su pelo completamente blanco estaba bien recortado y rajado de forma impecable. Su corbata, Reid seГ±alГі, era Ermenegildo Zegna, aunque no estaba seguro de cГіmo lo sabГ­a.

Lo mГЎs importante de todo, sin embargo, es que el doctor parecГ­a totalmente asombrado por la presencia de Reid.

–Dr. Guyer, ¿supongo? —dijo sin aliento.

–Siempre pensé que podrías volver —dijo el doctor, con una amplia sonrisa en su rostro. Tenía un acento suizo-alemán similar al de su recepcionista, a quien se dirigió cuando dijo—: Alina, querida, cancela mis citas. No me pases llamadas. Mantén el seguro puesto. Estamos cerrados por hoy.

–Por supuesto —dijo Alina mientras se hundía lentamente de vuelta a su silla, sin apartar sus ojos, parecidos a un lago, de Reid.

–¡Ven! —Guyer hizo un gesto para que Reid lo siguiera—. Por favor, ven. Te prometo que estás en compañía de amigos aquí.

Reid dudó. —Entiendes que podría ser un poco desconfiado.

Guyer asintió apreciablemente. —Entiendo que tenemos mucho que discutir. —Se dio la vuelta y desapareció por la puerta.

В«Esto se siente malВ». TenГ­an una cerradura de puerta remota, sin pacientes presentes, y una pequeГ±a fortuna en muebles. Pero querГ­a respuestas, asГ­ que Reid ignorГі su instinto de huir y siguiГі al doctor.

Antes de que entrara por la puerta, la recepcionista, que Reid suponГ­a que era la mujer de Guyer, le mirГі con una fina sonrisa y le preguntГі: ВїQuГ© hay del tГ©?

–Tal vez algo más fuerte, si tienes —murmuró Reid.

Las paredes de la oficina de Guyer contenГ­an un nГєmero impresionante de certificaciones y diplomas enmarcados, asГ­ como una serie de fotografГ­as de diversos viajes y logros. Pero Reid apenas les echГі un vistazo. No le importaba nada de lo que este doctor habГ­a hecho aparte del Гєnico procedimiento que Guyer habГ­a realizado en su cabeza.

El doctor abriГі un cajГіn del escritorio y sacГі un cuaderno y un bolГ­grafo, y luego se sentГі pesadamente en su silla, sonriendo a Reid como si fuera la maГ±ana de Navidad.

–Por favor —dijo—. Tome asiento, Agente Cero. —Guyer suspiró—. Siempre sospeché que podrías volver aquí. Sólo que no sabía cuándo. Asumí que el implante eventualmente fallaría, si sobrevivías, ¿pero sólo dos años? Eso es simplemente una chapuza de artesanía. —Se echó a reír como si hubiera contado un chiste—. Ahora que estás aquí, tengo mil preguntas. Pero me temo que no sé por dónde empezar.

Reid se sentГі en una silla frente al escritorio de Guyer, manteniendo la guardia alta y su periferia en la puerta detrГЎs de Г©l. EchГі un vistazo a su reloj y vio un mensaje de Maya: Sara se lo creyГі. SerГЎ mejor que estГ©s aquГ­ cuando la pelГ­cula termine.

Cierto, pensó. No importaba lo que pasara aquí, no podía olvidar que tenía un horario. —Sé por dónde empezar —dijo Reid—. ¿Qué quieres decir con que el implante eventualmente fallaría?

–¿Si sabes dónde se adquirió esta tecnología? —preguntó el doctor.

Reid lo sabía. Alan Reidigger lo había robado de la CIA; de hecho, el excéntrico ingeniero técnico Bixby fue coinventor del supresor de memoria. “Sí”, respondió.

–Bueno, su amigo el Sr. Reidigger hizo un trato conmigo —dijo Guyer—. No sólo me trajo el supresor de memoria, sino también el esquema sobre el que se construyó para que yo pudiera intentar copiar su tecnología. Sin embargo, al estudiarlo, vi la falla en su diseño. Era, después de todo, sólo un prototipo. Calculé que empezaría a fallar después de cinco o seis años.

–¿Empezar a fallar? —Reid repitió—. ¿Así que estos recuerdos habrían vuelto a mí eventualmente de todos modos?

–Bueno… sí —dijo el doctor en blanco—. ¿No es por eso que estás aquí? ¿Has empezado a recuperar los recuerdos que fueron suprimidos?

–No del todo. Unos terroristas iraníes me quitaron el implante de la cabeza.

La expresión del Dr. Guyer se aflojó. —Oh —dijo con empatía—, eso es muy desafortunado. Pobre hombre… Tu mente debe ser un desastre.

–Lo es. Gracias —dijo Reid simplemente—. ¿Qué hay de la otra parte? Dijiste «si sobrevivía». ¿Qué significa eso?

Guyer miró su escritorio como si hubiera algo muy interesante allí. —Creo que esa pregunta la responderá mejor su colega el Sr. Reidigger.

–Él no puede responder —le dijo Reid—. Está muerto.

Guyer parecía muy preocupado por la noticia. Dobló sus manos reverentemente sobre el escritorio con la frente arrugada, los pliegues de su frente lo envejecieron varios años. —Siento mucho oír eso —dijo en voz baja—. Parecía un buen hombre. Se esforzó mucho por ayudar a un amigo.

–Puede que sea así, pero él no está aquí —dijo Reid simplemente—. Yo sí estoy. Y no has respondido a mi pregunta.

El doctor asintió con la cabeza. —Sí. Bueno. No es una respuesta sencilla, ni una que quieras oír…

–Pruébame.

Guyer suspiró. —El Sr. Reidigger y usted querían suprimir sus recuerdos para que usted pudiera vivir sus días con su familia, felizmente inconscientes de las dificultades que había enfrentado. Pero ambos pensaron que su agencia los encontraría eventualmente y… y los silenciaría.

«¿Qué?» Reid no podía creer lo que estaba escuchando. Todo este tiempo había pensado que el propósito del supresor era que volviera a una vida normal, lejos de la CIA y de todo lo que la acompañaba. —¿Estás sugiriendo que yo sabía, o pensaba, que me matarían? ¿Y aun así estuve de acuerdo con esto?

–Eso es correcto, Agente Cero.

Reid negó con la cabeza. «¿Por qué iba a hacer eso? ¿Por qué me quitaría algo que me hubiera dado una oportunidad de luchar?» Se sentía como si se hubiera condenado a sí mismo a una especie de hospicio de la memoria. Nunca imaginó que lo pensaría, pero la intrusión de los iraníes en su casa esa noche de febrero fue repentinamente bienvenida. Sin ella, nunca habría recordado su sórdido pasado, o la verdad sobre la muerte de su esposa, o nada sobre la conspiración…

Entonces se dio cuenta. Por eso lo hizo, para que el tiempo que le quedaba no se viviera en pesados secretos y mentiras. Todo lo que sabГ­a, todo lo que habГ­a compartido con sus chicas y todo lo que aГєn les ocultaba, se sentГ­a como si le estuviera carcomiendo lentamente. Si hubiera creГ­do realmente que la agencia acabarГ­a con Г©l de todos modos, el supresor le habrГ­a permitido vivir sin el peso de su pasado sobre sus hombros.

–No puedo hablar por sus motivaciones personales, Agente Cero —dijo Guyer—. Pero usted estuvo de acuerdo con todo esto. Lo tengo en video. —Hizo una pausa por un momento antes de preguntar—: ¿Le gustaría verlo?

Reid dudó. —Sí —dijo eventualmente—. Creo que lo haré.

El Dr. Guyer se levantГі de su silla, pero mientras lo hacГ­a, un nuevo recuerdo pasГі por la mente de Reid.

В«Estabas sentado en esta misma oficina. En la misma sillaВ».

В«A su lado hay un rostro amigable con una sonrisa juvenil, el pelo oscuro bien separado. Alan ReidiggerВ».

В«Guyer se sienta detrГЎs del escritorio con una cГЎmara de videoВ».

В«Reidigger asiente con la cabeza una vez para tranquilizarteВ».

«—Me llamo Kent Steele —comienzas—. Este video es para confirmar que consiento en un procedimiento neuroquirúrgico experimental que será realizado por el Dr. Edgar Guyer…»

Reid movió la cabeza. —Olvídalo —le dijo a Guyer—. No hay necesidad del video.

El doctor, aún de pie detrás de su escritorio, miró a Reid con los ojos abiertos y atentos. —Acaba de suceder, ¿no? ¿Un recuerdo regresó a usted?

–Sí.

–Increíble —Guyer respiró—. Dime, ¿cuál fue el detonante?

–Um… una combinación de cosas, supongo —dijo Reid—. La palabra «video». Estar aquí en esta oficina, viéndote.

–Dime, ¿qué otros desencadenantes has experimentado? —Guyer se hundió de nuevo en su asiento y tomó su bolígrafo.

–Normalmente son cosas que oigo —explicó Reid—. Pero eso no siempre es suficiente por sí solo. Es una mezcla de cosas: estar en un lugar particular, escuchar algo, a veces incluso un olor…

Guyer garabateó furioso en el cuaderno mientras decía: ¿Así que ninguna recepción sensorial está recuperando los recuerdos? El estímulo visual o auditivo por sí solo no es suficiente… fascinante. ¿Puedes darme un ejemplo?




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